Resulta que, en el bloque, unos cuantos vecinos exigían que se remodelara el portal y las escaleras, y ya, de paso, que se cambiara la cabina del ascensor por otra mas moderna, de esas que no hace falta empujar la puerta, porque las hojas se deslizan con solo tocar un botón. Pero, eso sí, sin subir las cuotas, ni establecer ninguna derrama. Y alguien dijo que si los ingresos continuaban siendo los mismos solo se disponía de remanente para arreglar el portal, de manera que para acometer el resto de las obras se hacía necesario prescindir de los servicios del conserje o, en su caso, de la calefacción; pero nadie aceptó tales sugerencias, de manera que se armó un guirigay, entre los que estaban a favor y en contra, y las obras quedaron pospuestas para mejor ocasión. Y los vecinos que habían propuesto las reformas salieron de la reunión vecinal echando pestes, porque entendían que la culpa era del administrador que no sabía gestionar bien la finca. Y a lo peor no les faltaba razón, pero lo cierto es que en cualquier comunidad, sea pública o privada, hay que conseguir que cuadren los ingresos y los gastos, y tener claras las prioridades, condiciones que no se daban en el caso que nos ocupa.

Días más tarde, con los ánimos más calmados, volvieron a reunirse, y acordaron ir poniendo un dinerito todos los meses, buscar un presupuesto más apañado, controlar mejor el uso de la calefacción, y exigir al administrador un mayor esmero en la gestión. Y un año después, las obras de mejora pudieron ser ejecutadas.

Viene esto a cuento de lo difícil que debe resultar gestionar una comunidad al gusto de todos, y lo fácil que es hacer demagogia, ya sea desde el poder o desde la oposición, sin dar la oportunidad de llegar al dialogo, de escuchar propuestas, de ponerse de acuerdo en la medida de lo posible. Algo así está sucediendo en el Ayuntamiento de Zamora, donde quienes estuvieron llevando la gestión municipal -ahora en la oposición- exigen con vehemencia que se arreglen las deficiencias que ellos mismos no fueron capaces de arreglar durante los veinte años que estuvieron gobernando la ciudad. Cierto es que la oposición está para eso, para vigilar y criticar la gestión, pero también para buscar un equilibrio que beneficie a todos, y no solo los votos que esperan captar con sus actuaciones.

Y es que hacer una buena oposición, crítica y constructiva a la vez, debe ser tarea difícil, porque tal circunstancia solo se produce en contadas ocasiones. Debe de ser tan difícil como gobernar sin despotismo, como escuchar a la gente, como mirar cada euro que sale de la caja del municipio como si fuera propio, como si dependiera de ello poder llegar, sin sobresaltos, a final de mes. Debe de ser muy difícil pensar en los intereses del conjunto de los ciudadanos por encima de los del partido o del ego que cada uno saca a relucir a cada momento. Porque solo así podrían entenderse esas posiciones y resoluciones que no solo traspasan la frivolidad, sino que llegan a afectar de manera importante al bolsillo de los ciudadanos; sirva de ejemplo aquella desafortunada decisión, tomada por el equipo municipal anterior, en virtud de la cual Zamora se está viendo obligada a tirar al cubo de la basura cinco millones de euros, supuestamente dedicados a la adquisición de un edificio fantasma, que los zamoranos jamás llegarán a ver, por la sencilla razón de que no existe, ni existirá, y ello sin tener el decoro de dar ningún tipo de explicación.

Deberían tomar buena nota quienes gobiernan y quienes se oponen, de aquella comunidad citada en el ejemplo, que, aunque no sin esfuerzo, consiguió ponerse de acuerdo para sacar adelante unas obras que beneficiaron al conjunto de los vecinos.