Querida tía: Le escribo cuatro letras porque me han dicho que anda usted preocupada conmigo desde que me metí en política. Y que a todos les cuenta que quién me mandará a mí meterme en estos jaleos, teniendo la vida resuelta. Pues la verdad, tía, es que no me mandó nadie. Ya me conoce. Me las pinto bien metiéndome yo solo en jaleos y complicándome la vida, cuando podía estar, como también dice mi madre, tan ricamente a mis cosas, mis ocios, mis cuentos y tal. Pero usted, y mi madre, y los que me quieren, es verdad que se merecen una explicación algo más reposada. Así que le cuento: me metí en este jaleo porque me daba vergüenza no mover un dedo, mientras veía cómo a nuestro alrededor todo funciona cada vez peor y cómo los mangantes se van adueñando de lo que es común y debería de estar al servicio de todos. De pronto, tía, vi que el mundo que iban a heredar mis hijas iba ser peor que el mío. Ellas son más listas y se están preparando mejor que yo. Pero cuando acaben de estudiar, ¿qué van a hacer? ¿Dónde y en qué trabajarán? No creo que en Zamora encuentren nada de nada; ya ve usted cómo está esto. Ni en la comunidad autónoma, que se deprime día tras día, con las tres provincias del oeste a la cabeza. Ni parece probable que hallen algo en el país, cada vez más dependiente, sin otro horizonte visible que eso que llaman sector Servicios: camareros, limpiadores y personal a disposición de los turistas que lleguen? Si tienen suerte y se preparan muy bien, quizá encuentren un buen empleo en algún otro país. Pero póngase usted en mi piel. ¿Qué padre se puede quedar tan tranquilo viendo que el único horizonte para sus hijas será el exilio o la emigración?

Usted y mis padres nacieron en un mundo increíblemente atrasado e inhóspito, comparado con el que he disfrutado yo. Tuve suerte. La gente de su época, su generación, consiguió que se diera un gran salto adelante, en desarrollo y prosperidad. Hemos vivido unos años tan buenos, unas décadas de tanta prosperidad, que se nos olvidó lo fácil que es hacer lo contrario, gobernar mal, dejar lo de todos en manos de aprovechados y provocar una fatal vuelta atrás. Creo, tía, que estamos en un momento de la historia muy, muy peligroso. Las cosas van a cada vez peor. Cada vez hay más desigualdad. Los ricos son cada vez más ricos. Los pobres son cada vez más pobres. Y los que andamos por el medio, pensando que a lo mejor nos salvamos del temporal, vamos viendo la cuesta abajo cada día más pronunciada en la que se nos va colocando. Hace tiempo que no se gobierna para todos, sino para unos pocos. Y eso siempre acaba muy mal. Por eso, tía, aunque la política nunca me gustó y los políticos menos aún, me he metido en este jaleo. Creo que los políticos nos han fallado, nos han traicionado, y en vez de representar a quienes los votamos, que somos los de abajo, están gobernado para los amos de arriba. Cuando eso sucede no queda otra que intentar sustituirlos por gente normal, que estaba a otro cosa. Y esta vez, tía, creo que me tocaba a mí. Se lo debo a mis hijas. Pero también a usted o a mi madre: están deseando cargarse sus pensiones o dejarlas reducidas a la mínima expresión. No les parece productivo ese dinero. Y quieren cargarse su pueblo, tía, como se cargaron la agricultura y la ganadería de antaño, ¿se acuerda? En realidad, a los que mandan y a sus siervos no les gusta nada de lo que somos y hacemos. Les estorbamos. Y ya ni siquiera lo saben disimular.

Así que no se preocupe por mí. Preocúpese por usted, tía, y por mis primos, y por sus nietos y nietas. Están haciendo un mundo en el que sobran ellos, sobra usted y mi madre, y sobramos todos. Salvo que aceptemos volver a la servidumbre y la esclavitud. Suena fuerte, duro. Pero andan en eso, tía. Y ya me conoce. Soy un jijas, un enclenque; ya lo era de pequeño cuando surgían conflictos en la escuela o en el patio del colegio, pero yo me metía en todas y en todas me arreaban porque no tengo ni media torta. Pero jamás me callé. Y al final, siendo bien poca cosa, nadie se metía conmigo porque aunque perdiera todas las peleas jamás me escondí, lo cual acababa incomodando a los abusones. Pues en esas estoy otra vez. Quiero dejar a mis hijas un mundo mejor que el que recibí. Y quiero, si no lo consigo, tener al menos la conciencia tranquila y poder decirles un día:

-Hijas, hice lo que pude. Y no me quedé sentado tragándome las mentiras del televisor.

Un beso, tía. Y otro para mis primas y primos.

(*) Secretario general

de Podemos Zamora