Ahora que se avecinan unas nuevas elecciones generales tras una legislatura infinitesimal, no estaría de más que los responsables de las formaciones políticas repasaran los consejos que apuntan los expertos en selección de personal. Del acierto en la incorporación de personas capaces y lúcidas en las listas de los partidos también se beneficiará el conjunto de la sociedad. No vale cualquiera, como así se ha demostrado en el tiempo, y ojalá que prime por encima de intereses personales y partidistas la elaboración de candidaturas con nombres de valía profesional y talla personal. Los mejores no se encuentran a veces ni entre las organizaciones afines ni entre esa pléyade de acólitos que, por lo general, no han cotizado aún a la Seguridad Social al margen de algún puesto en política. Supongamos entonces que los partidos siguen las pautas de recursos humanos que adoptan las empresas más competitivas. Estaríamos ante un proceso de valoración de habilidades de los candidatos que, sin duda, tendría en cuenta la formación y la experiencia real en el mercado laboral. Pero que, más allá de estos requisitos, debería responder a unas mínimas expectativas sobre determinados valores que, entre otros, podrían ser el grado de entusiasmo por sumarse al proyecto (político, se entiende), la capacidad de trabajo en equipo, las dotes en comunicación, la honestidad y el respeto por lo ajeno, la gestión de la inteligencia emocional y el conocimiento de las nuevas tecnologías.

Como sucede en una entrevista de trabajo, el currículum importa, pero más que describir los cargos desempeñados es, si cabe, más relevante detallar las funciones y los objetivos logrados en el ejercicio del puesto. Como también es una seña de diferenciación positiva no preguntar lo primero por el sueldo, sino por lo que hay que hacer para merecerlo.

En fin, no quiero ser agorero, pero mucho me temo que, efectivamente, estamos ante una mera suposición y que la búsqueda de los mejores para desempeñar una tarea de servicio público va por otros derroteros. Qué pena.