Por más que se esfuercen en hablarnos de sus diferencias, la idea en que se sustentan ambos es fundamentalmente la misma: me preocupo por los míos, por lo que están cerca, y los demás que se vayan buscando las habichuelas cada cual por su cuenta.

El ámbito al que los nacionalistas cierran su acción es el de su nación, ya sea esta una idea histórica, lingüística, étnica o cultural, pero para ellos no hay solidaridad social fuera de esa nación. Para ellos luchan por las competencias, por las libertades, por los impuestos y por cualquier faceta política que pueda suponer la obtención de una ventaja. Si estás con ellos, puedes aprovechar esa ventaja, pero si quedas fuera, eres el otro, el enemigo, o la competencia. Para un nacionalista, la frontera marca el límite de hasta dónde llega el disfrute de la ventaja. Los que quedan dentro son los míos, los demás son el adversario.

¿Y para un liberal? Pues lo mismo. Los liberales no creen en los servicios sociales mancomunados. Los liberales no creen en el contrato social ni en una responsabilidad común: cada cual tiene que competir lo mejor que pueda por su riqueza y, dependiendo de su gestión, de su suerte, o de lo bien o mal que consiga desenvolverse en lo suyo, triunfar o fracasar, sin que le preocupe lo que pase a los otros, porque esos otros son, como en el caso anterior, el adversario o la competencia.

Sin embargo, en el caso de la España de hoy, los liberales y los nacionalistas se pasan la vida enfrentados. Unos, con una idea de España que reconoce la solidaridad entre territorios pero no reconoce la solidaridad entre personas, y otros, qué carajo, con una solidaridad entre personas que no acepta la solidaridad entre territorios.

¿Qué demonios está pasando? Probablemente que nos mienten. Ambos. Los liberales nos mienten porque están buscando el modo de enriquecerse dando la espalda al resto. Y los nacionalistas nos mienten porque están buscando la manera de enriquecerse dando la espalda al resto.

Qué coincidencia.