había comenzado aquel día con buen pie. Al subir la persiana, el cielo, algo nuboso, se mostraba calmo. El agua de la ducha había brotado a la temperatura justa, sin necesidad de tanteos. Peine en mano, le había salido la raya del pelo a la primera, el nudo de la corbata no había quedado ni prieto ni flácido, y hasta el doblado del polo del día anterior se había resuelto en buena geometría. Signos claros de que el software del cerebro estaba en forma. Incluso el vertido del café de la tetera de cristal, tan antipática siempre por su espita de salida, no había derramado fuera ni una sola gota. Un talante sereno, equilibrado, de dominio del instrumental doméstico, a veces tan hostil. Luego el motor de coche, tras el arranque, mostraba una regularidad y parsimonia (casi paz) a tono con el resto. Todo iba así de bien hasta que abrió el periódico, y se encontró de lleno con la vida.