Hoy celebramos el Día Internacional de los Trabajadores y también, desde 1955, la fiesta de San José Obrero. Esta fiesta litúrgica fue instituida por el papa Pío XII con la intención de "que el humilde obrero de Nazaret, además de encarnar delante de Dios y de la Iglesia la dignidad del obrero manual, sea también el próvido guardián" de los trabajadores.

La encíclica "Rerum Novarum" del papa León XIII sirvió a finales del siglo XIX para poner sobre la mesa el problema obrero, reconociendo los derechos de los trabajadores y humanizando su papel dentro de la industrialización. La sociedad de nuestros días -donde la información es el principal bien de consumo- ha cambiado de manera considerable desde entonces y, paralelas al supuesto desarrollo económico, han surgido nuevas formas de explotación laboral ante las que probablemente hemos permanecido demasiado ajenos. La explotación infantil, la especulación en los mercados, la precariedad laboral o el alto nivel de desempleo entre los jóvenes hacen que se haga necesaria una respuesta a la problemática del trabajo -fuente de sufrimientos- desde la fe cristiana.

Con el trabajo el hombre gana su sustento y contribuye a su realización personal. El trabajo es algo propio de la persona humana -dice el papa Francisco-, y expresa su dignidad de criatura hecha a imagen de Dios. Por eso -continúa- la gestión del trabajo supone una gran responsabilidad social, que no se puede dejar a merced de la lógica del beneficio o de un mercado divinizado.

Las políticas públicas y acciones de instituciones y organizaciones sociales han de ir encaminadas a encontrar el escenario adecuado para un trabajo decente que dignifique a la persona y contribuya a encarar las situaciones de inequidad e injusticia social que lastran el desarrollo.

Que días como hoy nos sirvan para recordar a quienes les es negado el derecho a ser persona sufriendo el desempleo y a quienes en el ejercicio de sus tareas ven vulnerados sus derechos más fundamentales. Que desde nuestro compromiso cristiano no perdamos la capacidad de conmovernos y actuemos ante la mercantilización de los valores más humanos de nuestra sociedad.