Dicen que Dios estaba jugando al escondite con los hombres y un día quiso venir al mundo pero quería pasar desapercibido. Preguntó a varias personas; uno le dijo que se escondiera en el fondo del mar, otro que fuera a la cima más alta del mundo. Finalmente preguntó a un viejo sabio que le dijo: Señor, el lugar más seguro para que nadie te busque allí es que te metas en el corazón de los hombres. Puedes estar seguro de que te buscarán por todas partes menos allí. ¿Lo comprenden?

Jesús, en el llamado discurso de despedida que proclama el evangelio de este domingo, les dice a sus discípulos que "el que me ama guardará mi palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada en él". ¿Cómo? -algunos dirán-. ¿Qué es eso de hacer morada en mí?, ¿quién es este Jesús?, ¿cómo experimentar esta presencia hoy? Sí. Buscamos. Pero la pena es que el corazón, tu corazón y el mío puede que sea el lugar menos visitado por ti y por mí.

Hoy la Iglesia celebra la Pascua del Enfermo. Y sabemos que la enfermedad es una limitación humana, una carga que deben soportar tanto el enfermo como quienes le atienden. El sufrimiento forma parte de nuestra vida, queramos o no. La fe no nos lo va a quitar, sino que nos ofrece una salida y una respuesta.

Dios nuestro Padre, nos ofrece la Vida. Él mismo nos envía a su Hijo para que tengamos vida en plenitud. Y la enfermedad es falta de vida. Por eso si descubres al Señor en tu interior y le buscas con sinceridad de corazón estás iniciando un camino que no se queda en ti sino que se refleja en el otro y si ese otro sufre, está triste o abatido, tú serás reflejo de la esencia de Dios que es Amor.

Por tanto, en medio de las dificultades, debe brillar la Jerusalén celeste como una piedra preciosa (imagen empleada en la lectura del Apocalipsis). Se trata de una visión que suscita no conformismo sino audacia y movilización, porque allí habita la gloria de Dios.

Será gracias al Espíritu por el cual podremos vivir confiados y encontrar la paz, sea cual sea la situación personal en la que nos encontremos. Por el Espíritu podremos ir delante hacia la Pascua que no tiene fin, podremos reconocer los dones que el Señor nos regala y ponerlos al servicio de los demás, podremos ofrecer todo ello a nuestros hermanos de fuera y de dentro de la Iglesia. De ahí que lo que es el alma para el cuerpo, eso debe ser el cristiano para el mundo. Él, como maestro interior, nos acompañará para descubrir que todo tiene su origen y meta en el Padre.