Todos nos lamentamos de no poder hacer retroceder el calendario; acatamos pacientemente la imposibilidad de eliminar errores pretéritos, de vernos obligados a admitir consecuencias de actos adversos, propios o ajenos? Sin embargo todos hemos de admitir que yo, con la imaginación, pueda contemplar en una fotografía, viendo un acontecimiento del pasado 28 de abril de 2016, me figure y transmita la inexistente fotografía de aquel día, venturoso para la historia de España, en el que un ejército, mandado por don Fernando de Aragón y en nombre de doña Isabel de Castilla, pudo celebrar en las mismas calles de Toro la victoria conseguida sobre las tropas que defendían el pretendido derecho de doña Juana "la Beltraneja" a la corona de Castilla; y que hizo a Toro feliz nido en el que nació la futura España.

El miércoles día 27 de abril de 2016 se podía celebrar en la misma ciudad de doña Elvira la victoria, después de una ardua lucha de varios meses librada por toda clase de personas: de Toro, de Zamora y de lejanas tierras pobladas por zamoranos amantes de su tierra, que consiguió para la vetusta ciudad, antigua capital de vasta provincia, que se yergue orgullosa sobre la extensa y fértil vega del Duero, la distinción de ser sede de una magna exposición denominada Las Edades del Hombre. Y ahí, sobre esa realidad prosaica de la inauguración del fastuoso acontecimiento, ha jugado su papel mi calenturienta imaginación.

Ocupa, en mi imaginación, el lugar de la reina de España Sofía, la Isabel I, reina de Castilla. A la primera, sirven de triunfante cortejo las autoridades locales, provinciales y regionales (religiosas y seglares), lideradas por el presidente de Castilla y León y el obispo de Zamora, unidas a la delegada del Gobierno de España en nuestra región. Y en derredor -de cerca y a lo lejos- el pueblo llano que derrama fervor religioso y cívico, y saluda cariñoso y pleno de respeto a su reina Sofía. Esa es la gozosa realidad plasmada en fotografía a la que sirve de fondo la majestuosa Colegiata de Santa María (la Mayor, para los toresanos).

Mi imaginación, como digo, me presenta a la reina Isabel I, rodeada de la nobleza, el clero y el pueblo de la leal ciudad de Toro, con el fondo de la misma Colegiata, sin que aún se pueda imaginar en el fondo opuesto la elegante figura del Arco del Reloj, construido siglos más tarde, dicen que sustituyendo el agua por vino en el amasado del pegamento.

Pienso en las dos reinas que han contemplado, desde el Alcázar o desde el asentamiento de la Colegiata, los campos de la vega toresana y de la cercana Peleagonzalo; (tal vez no se hayan extasiado -como lo haría cualquier turista- con la impresionante vista). Y ahora, como entonces, disfrutan Isabel de la victoria de las armas y Sofía de la grandiosa exposición y la no menos impresionante grandeza de los monumentos que los toresanos han sabido construir y cuidar a lo largo de los siglos desde el lejano XII que construyó el formidable románico que adorna a Toro, a Zamora y a toda esa provincia castellana occidental.

Tal ha sido la labor llevada a cabo por mi excitada imaginación. Viendo la foto del día 27 de abril he recordado mis años de niño, joven y adulto. Se han revivido en mí los paseos desde la Cuesta hasta lo más alejado de la ciudad. He disfrutado con el recuerdo del trabajo diario en las aulas de tres centros de enseñanza. Incluso mi colaboración en las tareas desarrolladas en las dos sedes de la exposición: la Colegiata y la iglesia del Sepulcro. Y en los rostros de los toresanos y toresanas de ahora he visto, en el recuerdo, los de tantos toresanos y tantas toresanas con los que hube de relacionarme. Pero este recuerdo personal queda muy pequeño y nada significa en comparación con la imaginación de parecido que se establece entre los dos acontecimientos: uno del siglo XV y otro del siglo XXI. Mi arma poderosa ganó también esta incruenta batalla.