El mensaje de la alcaldesa de Madrid a Iglesias suena a viejuno y, a la vez, reconforta:

"Pablo, tienes que alejar la política de la confrontación teatral". En el espectáculo bochornoso de los partidos ha perdido sus activos Pedro Sánchez, cuestionado por los socialistas y con espantada en las listas, y es posible que tanta desmesura de gestos acabe haciendo del líder de Podemos un personaje tan esperpéntico como poco de fiar. En cualquier caso asusta la forma pero mucho más el fondo cuando Iglesias presume de chavismo, lincha a un periodista, niega el apoyo a los presos políticos en Venezuela o festeja a Otegi en su exaltación etarra.

Acongoja lo que subyace. Sánchez, por ejemplo, debería reflexionar, si es que no la hecho ya, acerca del día en que se le ocurrió iniciar el acercamiento al partido que tiene como principal objetivo acabar con el PSOE. ¿Quién en su sano juicio se junta con el que pretende laminarlo? Pensó, además, en jugar a dos bandas. Arriesgadamente. Tiendo la mano a Podemos, el partido que remueve el recuerdo de la cal viva y señala al líder histórico, y, a la vez, me hago la foto con Albert Rivera situado en el punto donde no está dispuesto a llegar Iglesias para buscar una confluencia de intereses imposible, ¿O no fue así lo que ocurrió?

La confrontación teatral, que dice Carmena, además de coartar la verdadera acción política, no ha tenido pies ni cabeza por el simple hecho que nadie está lo suficientemente seguro de lo que se pretendía con ella. Si era un motivo simple de distracción, una argucia únicamente electoral, o si se actuaba así porque no había seso en las molleras de los líderes de los partidos para hacerlo de otra manera. Fíjense que no hablo ya de responsabilidad frente al maltratado conjunto de intereses del país.