Aunque el uniforme resulte, además de diferenciador, un poco antipático, hay ciertas prendas que equivalen a un uniforme que resultan agradables y hasta simpáticas por lo que significan en su objetivo fundamental y primitivo. Por el contrario, cuando el uniforme en general y esas prendar en particular se utilizan de forma inapropiada y para obtener resultados espurios, no parecen tolerables y merecen repulsa. Tal ocurre con el antifaz con que representan a la Justicia, al menos en la justicia española. Mis faltas de conocimiento no me permiten aplicar este juicio a las justicias de otros países.

Cuando vemos a la Justicia con su antifaz, pensamos en la neutralidad que eso significa: Sea quien sea y tenga los antecedentes que puedan acompañarlo, el ciudadano objeto de la Justicia en cualquier momento será juzgado imparcialmente, por completo. Aunque sea necesario tener en cuenta todas las circunstancias que acompañen el caso, es decir el motivo por el que el ciudadano es estudiado por la Justicia, esta debe resolver con arreglo a las leyes que rigen el país y aplicarlas con arreglo a ese antifaz que muestra al Juez con absoluta neutralidad: el hecho y las circunstancias especiales del caso son los únicos elementos que influirán en la sentencia que el juez pronuncie.

Se ha dado un caso en el Madrid de estos últimos días que resulta muy extraño y antinatural a la consideración de cualquier persona que aplique el sentido común, aunque su conocimiento de las leyes sea mínimo o nulo. Estaba fuera de servicio; pero su sentido del deber, que debe regir la profesión, lo hizo observar todo lo que ocurría y obrar en consecuencia. En la prensa aparece la puntual narración del suceso por parte del policía maltratado. Relata todo el proceso de seguimiento que realizó, desde su sospecha hasta su propia identificación como policía y, después de contar cómo se apoderaron de su "defensa" leemos su exposición del drama: "Me pegaron con la defensa y me protegí. Caí al suelo. Fueron dos minutos de puñetazos, patadas? Se iban pasando la porra unos a otros, hasta que se rompió de los golpes que me propinaron. Llega a ser una barra de hierro y no lo cuento? Un viajero se acercó a defenderme, pero el que había robado el móvil quiso pegarle, así que me ayudó distrayéndolos. Y llegaron los vigilantes y mis compañeros, que los detuvieron". La consecuencia inmediata es ofrecida por el diario con estas palabras: "Ahora se les imputa por hurto, atentado a agente de la autoridad y lesiones. Pero están en libertad. Su víctima, de baja".

Eso es un caso de los frecuentes que leemos en la prensa y en los que interviene la justicia. Suceden acontecimientos delictivos; la policía arriesga su propia seguridad hasta conseguir, como ahí, ser objeto de agresión y con peligro de muerte incluso; el proceso llega hasta la justicia y muchas veces el delincuente se va "en libertad con cargos". El juicio correspondiente tardará y tendrá unos resultados bastantes veces ridículos; a veces ni eso. Parece que el disfraz de la Justicia es tan tupido que no ve el juez lo que cualquier profano condena. Este es el uso deficiente del disfraz: al menos en la apariencia, la justicia es tan ciega que no ve el delito.

En cualquier caso es lamentable que esto ocurra; pero en algunos, como el que nos ha ocupado, las consecuencias son gravísimas: los vigilantes del orden están desmoralizados y temen intervenir, sobre todo cuando -como en el caso anterior- son varios los delincuentes. ¿Es conveniente eso para la seguridad que deseamos en la sociedad? La nuestra actual está sometida a circunstancias que, sobre todo en las grandes ciudades, hacen la vida intolerable. No se vive tranquilo; se circula por la ciudad temiendo siempre que alguien no respete tu integridad física; la circulación de vehículos no es lo placentera que debería ser por el poco respeto y la abundancia de altercados que, por otra parte, son deseables de desarrollo poco agresivo. Si el caso llega a los tribunales, no hay la seguridad de no perder la razón cuando la llevas. La Justicia es tan lenta y tan deficiente que peligra la seguridad y la tranquilidad que desearíamos tener. Seguramente ahí está el secreto para que la Justicia no esté considerada como lo que debería ser: la garante de una vida ordenada y agradable para todos; el más respetable de los tres Poderes que deben existir en un país democrático.