Mucho antes de que la expresión memoria histórica se convirtiese en Ley bajo el mandato de Zapatero, otro presidente, Felipe González, con más gracejo, por aquello de ser andaluz, utilizó la expresión, con las aspiraciones fonéticas de rigor, refiriéndose, exasperado por la incomprensión tras una intervención en el Congreso, a la carencia de dicha memoria en nuestro país, lo que, según él, justificaba la situación de entonces. En cualquiera de los casos, la expresión en sí no deja de ser una redundancia, por cuanto no existe memoria que no sea del pasado y, por lo tanto, histórica, aunque la verdad es que no hay más memoria que la personal, que ya se sabe aquello de que cada uno cuenta la feria según le va en ella.

Sea como fuere, aquí nos hallamos en esta sucursal del patio de Monipodio en la que se ha convertido el suelo patrio en busca de nuestra memoria cuando lo mejor que nos puede pasar en este momento es que Felipe González tuviese razón y este país carezca por completo de la misma. Porque con lo que se avecina en el panorama político actual lo que vamos a necesitar es amnesia y a ser posible en grado sobresaliente, y no como la define la RAE. Porque, puestos a ir de nuevo a elecciones, los españoles vamos a necesitar no recordar absolutamente nada de lo que ha pasado en estos últimos meses si queremos seguir teniendo un mínimo de fe en nuestros políticos. Y es que solo con una amnesia personal y colectiva será posible reconocer un grado mínimo de representatividad a los líderes de los cuatro principales partidos y, por lo tanto, otorgarles una vez más nuestra confianza para dirigir nuestro destino.

¿Cómo sin amnesia podremos entender los desplantes PP-PSOE cuando en comunidades autónomas y ayuntamientos votan en la misma línea? ¿Cómo comprender los silencios de Rajoy y la charlatanería de Sánchez? ¿Cómo sin amnesia asimilar que Podemos tenga un funcionamiento interno próximo al caciquismo más recalcitrante, donde Pablo Iglesias destituye y nombra según su parecer y se autopropone vicepresidente de un gobierno con el PSOE, con paseos habituales con Sánchez cuando llegue el momento, si bien él mismo se cesa en un acto de estadista de altura, también según él, claro? ¿Y cómo entender la postura de saldo de Rivera que como un chisgarabís de venta va ofreciendo sus votos a los unos y los otros sin arrugar un solo músculo de la cara, ni del pensamiento? Y si nos adentramos en la profundidades, cada vez más en la superficie, de las financiaciones de partidos, papeles de Panamá, declaraciones de la renta con algún que otro error y dineros que, por un quítame allá esas pajas, se depositan en un sitio cuando se pensaba que se colocaban en otro, ya no es que vayamos a necesitar amnesia, sino que la vamos a tener que acompañar con alguna que otra sustancia adormidera, lícita o no, para poder sobrevivir a lo que los unos y los otros, menos unamunianos que mediocres, se van a lanzar en la campaña para después, como los resultados de unas próximas elecciones sean como auguran la encuestas, volver a exigirnos el olvido para hacer frente a los pactos que, sin duda, tendrán que venir. ¿Y todavía quieren que tengamos memoria?

Más nos vale la amnesia total, y no por favorecer a estos políticos de charanga y mucha pandereta, sino porque, por encima de ellos está la democracia; y si con estos representantes hemos de lidiar, hagámoslo, con más exigencia y rigor con nuestro voto, aunque solo sea por defender la democracia, que sin ella solo nos queda el abismo de los salvapatrias.

Luis M. Esteban (Zamora)