En torno al sábado 23 de abril se celebran en multitud de poblaciones españolas actos (privados, públicos, comerciales y altruistas) que conmemoran la vida y la obra de los dos grandes genios de la literatura universal, Cervantes y Shakespeare. Es, en fin, el Día del Libro. En Barcelona, los ciudadanos suelen disfrutar de un fantástico día de primavera lleno de flores y libros: es la singularísima fiesta de Sant Jordi. Este año se habla de una posible venta de más de un millón y medio de libros y de una facturación de más de veinte millones de euros... ¡solo en un día! En Madrid cada año tiene más predicamento la Noche de los Libros, y tanto las librerías como otros establecimientos e instituciones abren sus puertas en una jornada que pretende ser festiva (¡es Madrid!) y cultural a un tiempo.

Para quien esto escribe -como puede suponerse- la pasión libresca (aunque quizá no literaria) de mis conciudadanos, aunque sea casi ocasional, es una magnífica noticia. Creo que no habrá nadie que no considere la lectura en términos positivos, como seguramente no habrá nadie que dude de los benéficos efectos del teatro, el cine, la música y el arte en las sociedades humanas.

Ahora bien, que en términos generales los libros y la literatura tengan efectos beneficiosos en la sociedad es una cosa, y otra bien distinta es que tengan efectos sobrenaturales en los individuos. Algunas editoriales, algunos autores de la "new age" tardía, y muchísimos usuarios de las redes sociales repiten constantemente los mantras de los efectos sobrenaturales y milagreros de los libros: "Los libros te cambian la vida", "Los libros te transforman", "Los libros nos hacen madurar", "Los libros nos hacen más sabios", "Los libros nos convierten en personas más prudentes e inteligentes...". Se trata, en general, de las habituales simplezas, perogrulladas, pazguaterías o vacuidades ingenuas que pululan sin orden ni concierto por Twitter, Facebook, Instagram y otros espacios cibernéticos.

¿Qué nos hace pensar que un grosero, un machista, un tirano, o un asesino pueda dejar de serlo por leer libros? El asesino de John Lennon leía a Salinger, Goebbels era doctor en filosofía y de Nerón se decía que era un buen poeta y gran amante de las artes.

Una de las grandes cuestiones filológicas se planteó siempre en torno a la utilidad de la literatura. ¿Para qué sirve la literatura? ¿Acaso nos hace mejores? ¿Más educados? ¿Más simpáticos? ¿Más generosos? ¿Más solidarios? ¿Tiene la literatura estos poderes milagreros y sobrenaturales? A lo largo de los últimos veinticinco siglos se han dado respuestas más o menos atinadas a la cuestión de la utilidad de la literatura, y después de estudiarlas casi todas, uno llega a la conclusión de que Horacio en la "Epístola ad Pisones" ("Ars Poética") dio con la fórmula que un matemático llamaría "elegante", por su sencillez y eficacia. La literatura sirve para entretener o enseñar, o para ambas cosas a la vez. Pueden parecer objetivos modestos, pero no son fáciles de conseguir. Hay libros cuyas pretensiones son "transformar", "prometer un mundo nuevo", epatar, asombrar, proponer una nueva filosofía. (Pero la mayoría de los escritores somos más sensatos y humildes, y nos basta con entretener dignamente los ratos de asueto de nuestros lectores).

Los libros tienen estos poderes: enseñar un poco, entretener un poco, revelar (si se tiene suerte y cierto talento) algunas verdades exteriores e interiores, calzar una mesa... Ni los libros ni la literatura tienen poderes sobrenaturales. Para que los viajes, la música o la literatura operen alguna mejora en nuestro cerebro, este debe ser receptivo y estar dispuesto a asimilar lo que la persona está viendo, viviendo o leyendo, y a reflexionar sobre ello. Leer, en sí mismo, no mejora en nada a las personas si estas no tienen capacidad para asimilar lo que leen. Los libros no sirven de nada si quien los lee tiene una CPU incapaz de procesar los datos. Para que nos entendamos: los libros, los viajes, la música, la escultura, el cine, etcétera, son el software, y nuestro cerebro es el hardware. Si nuestros componentes no son capaces de procesar la literatura, el arte, la música o las vivencias culturales, todo cuanto leamos, oigamos o veamos nos servirá de poco.

Esa es la razón por la que (todos) conocemos a grandes lectores que son unos verdaderos mentecatos, a críticos incapaces de mantener un criterio artístico solvente, a editores que confunden literatura con simulacros literarios, a escritores que creen que las citas de Facebook y Twitter son el colmo de lo literario y a esnobs que solo admiran aquello que son incapaces de comprender. Hay personas educadas, amables y generosas en todos los estratos culturales, del mismo modo que hay groseros, estúpidos y malvados en todos los sectores sociales. Y aunque creo que los libros tal vez puedan mejorar al bueno, no creo que remedien mucho la estupidez del malo. Por otro lado, hay libros repugnantes desde cualquier punto de vista (moral, literario, editorial y mecanográfico) y hay libros maravillosos. Pero la influencia que tengan sobre nosotros depende de nuestra estructura mental, no de los libros en sí mismos.

Si se me permite la broma, creo que las personas que vienen con la inteligencia, la bondad, la amabilidad, la discreción o la generosidad de serie aprovecharán los libros, el arte, la música o el cine, y disfrutarán de los grandes artistas y las grandes obras del ingenio humano, y se harán más sabios, y más prudentes, y más solidarios y amables y generosos. Pero a aquellos que son mezquinos, torpes, ofensivos, groseros y violentos de nada les servirá todo el arte, la sabiduría y la belleza del mundo: seguirán siendo seres despreciables, por muchos libros que hayan leído, por muchas óperas que oigan o por muchos museos que visiten. No: los libros no hacen milagros.

Hace algunos meses me preguntaba una periodista: "¿Por qué hay cultos lelos e ignorantes listos?" Pues por eso: porque la inteligencia viene de serie y la instrucción no es suficiente para paliar la estupidez.