Podría llamarlo directamente odio. O quizá algo peor. ¿Cómo hay que llamar al hecho de que ese abanto que la Ciudad Condal tiene por alcaldesa haya anunciado que no permitirá la instalación de pantallas gigantes en las calles de Barcelona para seguir los partidos que la selección española de fútbol disputará en la Eurocopa del próximo mes de junio? Ada Colau debe hacérselo mirar de forma urgente. Esta señora que concita cada vez más el desprecio de muchos, la indiferencia de bastantes y el enfado de la mayoría con dos dedos de frente, no hace otra cosa que provocar. No hace otra cosa que fomentar el odio hacia el resto de España y los españoles. No tardará en anunciar su oposición a que los futbolistas del Barça formen parte del cuadro de honor de la selección que entrena Vicente del Bosque. Qué pena me da de Barcelona en concreto y de Cataluña toda. Entre los Mas, los Tardá, los Puigdemont, las Colau y compañía están dejando a Cataluña convertida en una caricatura de lo que un día fue: la avanzadilla de España y la admiración profunda y sincera de millones de españoles que ya no miran con los mismos ojos a una tierra hostil, porque unos pocos se han empeñado en que así sea. No entienden o no quieren entender que Cataluña sin España es menos que España sin Cataluña, por mucho que nos empeñemos en igualar las fuerzas para no crear más situaciones violentas.

Esta gente no ha entendido nada. Si estos son los del cambio y yo viviera en Cataluña, hace tiempo que me habría ausentado hasta que las aguas de la cordura, que ni por el Ter ni por el Llobregat discurren, volvieran a su cauce. La mala baba que destilan les hace perder incluso la educación y la necesaria compostura, representando como representan a instituciones que se suponen nobles por naturaleza. Si Tarradellas levantara la cabeza seguro que no pronunciaría con el mismo fervor y alegría su legendario "Ciutadans de Catalunya: ja sóc aquí..." y que no tenía la misma carga de odio, de rencor, de resentimiento y de independentismo a ultranza que tienen los embates de estos iluminados. Y eso a pesar de apelar al Estatut. Si, por un casual, Barcelona fuera blanco de algún desastre natural, apueste lo que quiera a que la Colau la primera, reclamaría la presencia del Ejército al que desprecia, de la Guardia Civil a la que odia y de los ciudadanos del país al que ignora y del que Cataluña, mal que les pese, forma parte. Que nadie crea que la prohibición de la Colau tiene algo que ver con la posibilidad de un coste elevado de esas pantallas gigantes, ¡quia! No lo tendría puesto que los promotores de la iniciativa han conseguido los patrocinios necesarios para sufragar la instalación. El Ayuntamiento que preside la Colau ha alegado razones de "descanso vecinal, orden público y seguridad" que se hubieran pasado por el independentista arco del triunfo de esta señora si se hubiera tratado de un festival de sardinas, perdón, quise decir sardanas. ¿Cuánto más nos queda por ver y escuchar?