L o que se esperaba, ni más ni menos: las bases de Podemos han dicho rotundamente que no a un pacto de su partido con PSOE y Ciudadanos y han revalidado de paso el liderazgo polémico de Pablo Iglesias, a la vez que han manifestado su decisión irrevocable en favor de un Gobierno formado por el PSOE y Podemos. O sea, que habrá elecciones el 26 de junio. Por mucho que los socialistas sigan afirmando que su puerta está abierta hasta el último minuto del día 25, cuando concluye el plazo que permitiría una nueva sesión de investidura. Y por mucho que Iglesias siga invitando a Sánchez a formar un Ejecutivo de izquierdas que acabara con cualquier posibilidad para el PP.

Parece que todos se conforman ya con la idea de gastar 150 millones del erario público que es el costo económico de unas nuevas elecciones generales. Pero como ese dinero es de todos, y por lo tanto de ninguno, según cínica opinión muy extendida entre la clase política que se padece, a nadie le importa. El PP el primero, y todos los demás, están ya en plan campaña electoral. Es la única opción que le resta a la derecha y se agarran a ella como un clavo ardiendo, pese a la tendencia marcada por la totalidad de las encuestas. En el mejor de los casos, subirían algunos pocos escaños más y ello haría posible, si se confirmaba la supuesta subida de Ciudadanos -que siempre saca más escaños en los sondeos que en las urnas- a acercarse a una mayoría absoluta, con un Rivera al que creen que no sería difícil convencer pese a sus remilgos, dadas sus constantes variaciones de opinión.

Pero pensar que el PP puede aumentar su presencia no deja de ser aventurado tras el lodazal de corrupción que tiene encima, con los casos de ahora mismo del ministro Soria y sus mentiras para justificar las sociedades opacas en paraísos fiscales, al que se le añade de nuevo Rato, que también estaba en los papeles de Panamá, y lo del alcalde de Granada, que ha tenido que dimitir. Una corrupción incesante, con grandes escándalos, que aunque compartida por PSOE y CDC, el partido de Pujol en Cataluña, hace reflexionar sobre quienes son capaces de votar a Rajoy aunque sea tapándose la nariz con la mano para soportar el hedor. Que haya sido el partido más votado el 20D demuestra que, en efecto, los políticos, como tratan de excusarse ellos mismos, puede que sean el reflejo de parte de la sociedad. Menos mal que son muchos más quienes prefieren otras opciones, y eso debe ser decisivo en una democracia.

Mientras, el PSOE sigue aferrado al pacto con Ciudadanos, un surrealista pacto de perdedores para perder, que puede pasar muy cara factura a Sánchez, tras haber arrojado por la borda una posibilidad histórica para que su partido volviese a gobernar en España. Aunque desde luego que Podemos da miedo, cada vez más, por su radicalismo y su lenguaje rancio y revanchista, incluso a los que quieren un Gobierno de cambio. Pueden ser los de Iglesias, que siempre han tenido la última palabra, los grandes derrotados en junio, tras haber desaprovechado, con su feroz intransigencia, la posibilidad real de un Gobierno de cambio junto a PSOE y Ciudadanos, un tripartito avalado por una gran mayoría.