Las relaciones culturales, históricas y comerciales entre España y Estados Unidos no son, precisamente, fruto de un proceso inopinado y reciente. Más bien todo lo contrario. Lo que sucede es que desde ambos países hemos avivado, de un modo u otro, graves desencuentros sin molestarnos lo suficiente en subrayar un episodio esencial en la historia compartida de ambas naciones: la relevante contribución española a la guerra de la independencia americana, en el último cuarto del siglo XVIII. Son muchos los documentos relativos a esa fructífera relación y de la que dan buena fe el Archivos de Indias (Sevilla), el Histórico Nacional (Madrid) y, especialmente, el enclavado en la fortaleza de Simancas, en Valladolid. Basta un mínimo acercamiento a este último centro archivístico, iniciado por Carlos V y finalizado por su hijo Felipe II, para darse cuenta del valioso material histórico alusivo a los orígenes de la emancipación y a los primeros pasos de Estados Unidos como nación independiente. La tarea de catalogación llevada a cabo en este archivo, dignamente dirigido por la burgalesa Julia Rodríguez de Diego, arroja una excelente acreditación documental sobre las relaciones bilaterales que, a buen seguro, pocas veces hemos puesto en valor en ninguno de los dos lados del Atlántico.

Permítanme que esta especie de licencia introductoria la traiga a colación a raíz de una reciente jornada que, con el impulso de Diario de Burgos, ha permitido hablar de nuevo de las relaciones comerciales entre ambos países y, sobre todo, de las enormes oportunidades de futuro que se avecinan. Y en este acercamiento, Castilla y León tiene suficientes motivos de índole histórica y económica como para ejercer un liderazgo que, con toda seguridad, redundará en un renovado aperturismo comercial y cultural de primer orden. Conviene, y así se expuso de manera acertada en ese encuentro empresarial, recordar que las inversiones bilaterales han comenzado tarde, hasta el punto de que a finales de la década de los 80 España ocupaba el puesto 37 como país inversor en Estados Unidos y, en cambio, ahora es el noveno. Tampoco es casualidad que las empresas españolas instaladas allí den empleo a 71.200 personas o que el tejido empresarial español ponga cada vez más el punto de mira en un mercado cuyo PIB multiplica por dieciséis el español. Ni lo es que el número de empresas exportadoras de Castilla y León hacia esas latitudes haya superando el millar el pasado año. Sin embargo, queda mucho trabajo y un largo recorrido, porque el volumen de negocio regional solo suma 250 millones de euros, una cifra ínfima respecto a los más de 15.000 contabilizados en 2015. Estamos, por tanto, ante uno de los principales retos, como así se resalta también en el IV Plan de Internacionalización de la Junta que acaba de presentarse.

Si Estados Unidos ya fue para nosotros un referente hace 250 años, con mayor razón para situar ahora al país norteamericano entre los principales objetivos comerciales y culturales de la Comunidad para el próximo lustro. Representa, pese a las enormes dificultades, un desafío que, a medio plazo, incrementará las opciones económicas y de empleo de España en general y de Castilla y León, en particular. Basta apuntar que la discutida liberalización del espacio comercial entre EE UU y la Unión Europea, que podría entrar en vigor en enero de 2017 para un volumen de consumidores de 810 millones de personas, aumentará hasta el 3 por ciento nuestro PIB en un período máximo de cinco años.

Por ello, creo que abordar desde todas las perspectivas posibles esas relaciones bilaterales serán no solo una acertada y segura inversión, sino también un ejercicio de responsabilidad y de coherencia con nuestra propia historia y cultura. Nos lo debemos mutuamente.

stylename="070_TXT_opi_01">rafamonje@gmail.com