No sabemos qué es lo esencial y qué es lo poco importante. Anhelamos algo grande y, cuando lo tenemos delante, no sabemos reconocerlo. El hombre moderno nada con frecuencia en un mar de insatisfacciones: valoramos lo que tenemos cuando nos falta.

Andamos a tientas y no precisamente por nuestra maldad, sino por nuestra pequeñez. Somos como niños perdidos en un mundo difícil que creemos dominar, pero que nos desborda con su misterio. Corremos tras la felicidad sin poder atraparla de manera definitiva. Nos cansamos buscando seguridad, pero nuestro corazón sigue inquieto e inseguro.

Tal vez no hemos intuido todavía que la serenidad nos envuelve cuando aceptamos nuestra pequeñez y nos dejamos guiar por Dios. Hemos olvidado que tenemos un Pastor que conoce hasta el fondo nuestras vidas, nos llama por nuestro nombre y nos conduce a nuestro verdadero destino.

El sentido de la vida, la serenidad en la existencia solo es posible cuando comenzamos a pensar y vivir desde Dios. Entonces todo cobra nueva luz. Todo se comprende de otra manera: hay cosas que pasan a un segundo plano y toman luz y brillo valores casi olvidados: el amor, la amistad, la generosidad, el perdón, la misericordia, etc. Lo único importante es ese Dios en cuyas manos estamos y cuya vida sostiene la nuestra. No somos vagabundos, sino peregrinos con una meta: el abrazo de Dios Padre.

Siempre podemos tener esperanza. Nuestro final es un Padre demasiado grande para que lo podamos comprender desde ahora. Pero desde ahora, podemos caminar hacia Él bajo la guía serena del verdadero Pastor, Jesucristo. Y no hay nada ni nadie que tenga fuerza o poder suficiente para arrebatarnos de su rebaño. Solo nosotros podemos alejarnos de Él.

Si no queremos que nuestra fe se vaya diluyendo progresivamente en algo superficial, en medio de una sociedad que invade nuestras conciencias con mensajes y consignas de todo género, hemos de aprender a poner en el centro de nuestras comunidades la Palabra viva, concreta e inconfundible de Jesús. Pero no basta escuchar su voz. Es necesario seguir a Jesús, dar importancia a lo que Él se la dio, defender la causa del ser humano como Él la defendió, acercarnos a los indefensos y desvalidos como Él se acercó, ser libres para hacer el bien como Él, confiar en el Padre como Él confió y enfrentarnos a la vida y a la muerte con la esperanza con que Él se enfrentó.