Es divertido -aunque descorazone- ver el desfile de rostros conocidos que va apareciendo en Los papeles de Panamá". Sí, sabíamos de antes que quien tiene dinero posee también medios sobrados para burlar el fisco y pagar menos impuestos, si es que paga alguno. Pero no es lo mismo saberlo en abstracto, en general, con simples números, que ver los rostros ocultos en esa tendencia de nuestro tiempo que se ha venido llamando "la rebelión de los ricos". Y lo que más descorazona no es la aparición de políticos, jefes de Estado o financieros: de tales especies nunca hemos esperado gran cosa desde aquí abajo. Lo que nos deja de un aire, perplejos, a los del común es ver que también salen en esos papeles nuestros ídolos sentimentales: deportistas, actores, cantantes, cineastas? Tampoco ellos son, en efecto, los héroes que nos empeñamos siempre en inventar. También los héroes son cosa de los de abajo, del común. Recuerden: Espartaco era un esclavo; Viriato, un hijo de pastor de estos secarrales luso-sayagueses, etc.

Esto no cambia. El mundo se divide, como siempre, en pobres y ricos. Los pobres son infinitamente más, pero los ricos concentran el poder. Y la pugna que se establece entre ambos, con choques continuos, con explosiones, con guerras y revoluciones, es lo que en los ámbitos académicos se llama Historia y van estudiando, siglo tras siglo. ¿Qué creen que fue la batalla de Villalar, ahora que se aproxima su celebración anual? Una explosión de ciertas capas sociales -las intermedias, los artesanos y comerciantes, la naciente burguesía medieval- contra los ultrarricos de entonces, los nobles, que acaparaban todo el poder. (Los pobres, en esa época, estaban demasiado esclavizados como elevar una simple protesta; eran siervos). Ahora estamos en otro momento social en el que a los ricos se les ha "ido la mano", por así decirlo. Han conseguido todo el poder y hacer lo que les de la gana, tras adueñarse de los gobiernos y las instituciones internacionales, a cuyo frente han conseguido poner títeres dóciles o que no tienen más remedio que obedecer (por las deudas, por ejemplo). Y cuando los ricos consiguen todo el poder, el mundo amenaza con irse a pique, porque el efecto es semejante al de la carcoma en un barco: si nada la detiene, nadie sobrevivirá al hundimiento.

La actual, desvergonzada y suicida "rebelión de los ricos", consiste en que no haya freno para que acumulen riqueza, sin que importen las consecuencias. Da igual esclavizar a los empleados, que dejan de ser consumidores y acaban por provocar el cierre de las empresas (carcoma en barco). Da igual esquilmar países y continentes, que dejan de ser útiles para alimentar a sus gentes, por lo que huyen despavoridas hacia los grandes países que, como consecuencia, se ven zozobrar (carcoma en barco). Da igual desmantelar el estado del bienestar, con su sanidad, su educación y sus pensiones? O sea, no da igual: es lo ideal, es lo deseado, para que todo el dinero que se iba en esas necesidades de la gente común pase a engrosar aún más los bolsillos de los riquísimos, porque solo lo que entra en esos bolsillos cuenta como creación de riqueza e incremento de la productividad, como presumen después sus esbirros con pasmosa obscenidad. En ese contexto, ante tal panorama, es absurdo esperar que ningún rico que pueda evitarlo pague un solo impuesto: los impuestos se inventaron para amortiguar la desigualdad y costear lo que nos beneficia de modo colectivo. ¿Cómo no van a detestarlos, si ellos solo creen en lo individual? Se consideran triunfadores con derecho a todo, mientras ven los impuestos como algo para los fracasados, quienes lógicamente no nos podemos permitir empresas pantalla en Panamá o Bahamas para abrir cuentas bancarias en Suiza o las islas Caimán.

En esa batalla andamos, paisanos. Y por ahora, perdiéndola con una intensidad nunca vista, a causa de la globalización. Recuerden que los papeles de Panamá son solo los del cuarto bufete dedicado en ese país a tales asuntos. Pero hay más países con los mismos tinglados. Y en Panamá hay tres bufetes más grandes cuyos clientes no conocemos (aún). Imaginen, pues, la de nombres de prósperos ladrones de impuestos que siguen ocultos. La carcoma, por cierto, es una larva de gusano cuyo vida consiste en comer madera muerta (la viva no le gusta) hasta que llega su metamorfosis y sale al exterior dotada de alas. En el exterior, sin embargo, vive solo lo justo para reproducirse. Muere a los pocos días. Qué vida tan deprimente, ¿no? Pues eso.

(*) Secretario general de

Podemos Zamora