Esto es un desastre!". He aquí la contestación casi general que se obtiene en todas las conversaciones privadas sobre la situación política de España, cuando a cualquiera se le ocurre la pregunta: "¿Qué opinas sobre nuestra situación?". Parece que, en general, la opinión es pesimista. Hay un optimista contra viento y marea: el señor Sánchez (Pedro): a pesar de su pésimo resultado -el peor de todos los que ha tenido el Partido Socialista durante más de cien años de su existencia- en las elecciones generales del pasado diciembre; sin que le arredren dos resultados negativos en sesiones de investidura -el que exigía mayoría absoluta y el que requería como suficiente mayoría simple-; sin que lo arredren fracasos como los que lleva experimentados en reuniones "a cuatro" y "a tres bandas", en contra -por fin- de lo afirmado por su portavoz, después de intervenciones de don Pablo Iglesias, sigue adelante "hasta que se agote el plazo", en su insospechado intento de conseguir ocupar la presidencia del Gobierno de España. En estos tres meses se ha arrastrado, hasta extremos inaceptables para una mínima dignidad, en ese intento hasta hoy inútil.

Y es dudosa, para cualquiera que no haya tenido la excepcional ocasión de preguntar a Su Majestad, la actitud del don Felipe VI, que, según se oye, va a iniciar otra "ronda de consultas" para realizar -se supone- una nueva propuesta de investidura. Las actuaciones de los partidos políticos, después de la propuesta anterior, realizada por el rey a favor de Pedro Sánchez, parece dejar claro que la posible solución del problema planteado pasa incuestionablemente por unas nuevas elecciones que enmienden el desaguisado al que nos condujeron las del 20 de diciembre de 2016; por tanto, es de suponer que esta nueva "consulta" anunciada tiene por objeto llegar a una nueva propuesta diferente de la que nos ha llevado a este período de una España con "Gobierno en funciones". Lo que sabemos sobre las respuestas que los partidos van a formular en una nueva consulta nos hace suponer que no hay coincidencia más que la negativa a que Mariano Rajoy siga ocupando el Palacio de la Moncloa. Una vez más se demuestra que "España es diferente": unánimemente te exige (incluidos Pedro Sánchez y Albert Rivera entre los peticionarios), en esta exigencia escasamente razonable, que debe irse el líder del partido más votado; y nadie pide -en relación con los señores Sánchez y Rivera- que se vayan el que disfrutó del peor resultado en la historia de su partido o el que obtuvo el menor número de escaños entre los cuatro partidos más votados.

Nuestra situación es resultado de un cúmulo de errores y de ellos hay que aprender. Hay que recurrir a una reforma de todo lo que puede influir en una elecciones generales. Es necesario estudiar con detenimiento todos los elementos, para evitar volver a encontrarnos con lo que nos ha ocurrido. La experiencia ajena nos lleva a considerar que la democracia ha funcionado, en más de cien años, en los países que prescinden de "partidillos" escasos en partidarios. Tendrá sus defectos ese sistema; pero ha funcionado más allá de la década de los 70 del siglo XIX. Y en España, en los más de cuarenta años de nuestra democracia, no se ha producido el desconcierto actual hasta que los llamados "partidos emergentes" han obtenido escaños en unas elecciones generales. Será necesario, también, abandonar en el legislativo la especie de miedo -influido por el reparo gubernamental- que ha impedido al Gobierno del Partido Popular, a pesar de su mayoría y actitud decisiva en otros aspectos, hacer la propuesta al Congreso de una Ley que defina la designación del líder del partido más votado como candidato para su Investidura como presidente del Gobierno.

No me atrevo a afirmar que sea suficiente corregir estos dos errores señalados: la admisión de partidos insolventes y la carencia de una ley que señale al líder del partido más votado como candidato para presidente del Gobierno. Seguramente que influirán otras cosas y habrá que tenerlas en cuenta en esa modificación a fondo. Pero lo que sí me atrevo a afirmar es que hubo errores; y hay que aprender de ellos para enmendar la plana de la situación actual. Aquí sí continúo en mi condición de optimista y en ella espero que a quien competa se le ocurra esta elemental norma de práctica sabiduría: "Hay que aprender de los errores para no volver a cometerlos". España se merece otra cosa y no volver a la situación actual.