No porque determinado líder, y sus adláteres, insistan en repetir que tienen siete millones de votos y que, por tanto, les asiste el derecho a gobernar, van a tener más razón que quienes les recuerdan que dieciséis millones se lo han negado. Obviar tal dato es actuar de manera torticera y despreciar a la mayoría de los ciudadanos. Pero esto de la política es así, cuanto más esperpéntico es el razonamiento mejor para algunos, especialmente para los que disfrutan metiendo miedo en forma de amenazas o dibujando previsiones catastrofistas. Hay a quien le da por abusar del eslogan "yo o el caos", o quien prefiere el "sin nosotros no es posible el cambio". Ninguno destaca por su perfil de hombre de Estado, aunque quizás en alguno de ellos pueda vislumbrarse una mínima vocación de consenso. El panorama político actual es un circo en el que las hienas han sustituido a los leones, y los enterradores a los clones. Un circo en el que los ciudadanos no están seguros de si es mejor que los trapecistas actúen con red o a pecho descubierto. Porque mientras unos parecen tratar de cambiar las cosas sin traumas otros prefieren aplicar la metodología del disparate o intentar demostrar el teorema de Pitágoras eliminando la hipotenusa. Hay quien frivoliza con un referéndum en Cataluña, o con una libre determinación en el País Vasco, o elogia a individuos afines a quienes han estado durante décadas asesinando a la gente. También hay algunos que se las dan de progresistas que no se han debido enterar que el presidente Aznar ganó sus primeras elecciones con esa cantinela "de lo de la cal" como eslogan, pero claro, son tan jóvenes e inexpertos que mientras ellos estaban en párvulos, jugando con plastilina, no se enteraban que los adultos se veían obligados a mirar debajo de sus automóviles antes de ponerlos en marcha.

La hipocresía no es asignatura que tengan pendiente de aprobar los que ocupan las portavocías de los partidos, como tampoco la falta de sentido común en la cúpula de los aparatos. Por eso, cada vez va existiendo más gente con ganas de practicar el libre albedrío, al modo que lo hacían los habitantes de aquel divertido pueblo que leía a Faulkner y se levantaba a media noche para hablar de Dostoievski, en la disparatada película de Cuerda "Amanece que no es poco". Y es que resulta del todo imposible tomarse en serio las vacías propuestas que nos están lanzando. Cada vez hay más gente desanimada, comprobando que lo de "Hacienda somos todos" solo era otra película de ficción para concienciar a las masas a pagar sus impuestos, mientras la historia real se desarrollaba en los paraísos fiscales que, por cierto, deben estar a tope tras acoger a tantos golfos como dicen tener allí sus dineros.

Quieren forzar a los españoles a votar cosa distinta a la de las elecciones pasadas, como si el personal decidiera esas cosas al aliguí, sin reflexionar, de cualquier manera, al modo de la coplilla de "con la mano no/ con la boca sí".

Los españoles saben bien a quién han votado, y tienen claro por qué, como también son conscientes de haber sido tomados como forzados protagonistas de una película titulada "Desencuentros en la última fase", que ahora se viene proyectando en multitud de lugares. De manera que por mucho que se empeñen, políticos y politicastros, publicistas, grupos de coros y danzas, y domadores de circo, en intentar manipularlos no lo van a conseguir, porque para muestra sirve un botón y aquí ya vamos teniendo demasiados ojales.

Es la clase política quien tiene que hacérselo mirar, porque la gente está harta de ser ninguneada, y tanto va la burra al trigo que, en cualquier momento, puede llegar el momento de no ir a votar, de optar por dejarlos a ellos solos, con sus mesas electorales, con sus interventores y con su desmesurada incompetencia.