Los familiares de un militante de Suecia integrado en las Brigadas Internacionales, que apoyaron al gobierno legítimo de la Segunda República durante la Guerra Civil iniciada por un golpe de estado, vinieron a Zamora acompañados por la familia de Baltasar Lobo para conocer la ciudad a la que el escultor donó altruistamente su obra para albergar un Museo que espera una sede definitiva.

Pidieron ser recibidos por el alcalde, como hacen muchos grupos de visitantes. Como todos ellos, fueron recibidos, sin que aludieran a su ideología, solo por el agradecimiento debido a su visita. Y con la anfitriona que le acompañaba, también por agradecimiento a que la ciudad cuente con la obra de un magnífico escultor.

Cualquier equipo de gobierno de cualquier color político y condición hubiera hecho lo mismo. Es de bien nacidos?

Un concejal tuvo la iniciativa personal de regalarles una bandera de la República que su padre, abuelo o bisabuelo defendió en las Brigadas de voluntarios de todo el mundo, que lucharon en España por la democracia que representaba el Gobierno Republicano frente al fascismo defendido por los golpistas.

La misma bandera de la misma República que defendió mi abuelo, y que con el tiempo fui conociendo por las pequeñas historias que se contaban en voz baja.

La historia de dignidad del bisabuelo ciego que se metía en casa cuando oía el "chunda-chunda" y le hacían levantar el brazo. Las historias de la supervivencia: de coser las zapatillas de esparto la abuela en casa, de ir por los pueblos el bisabuelo a arreglar cubas a cambio de garbanzos.

La hermosa historia de la niña, que fue mi madre, cuando iba a Palencia haciéndose pasar por menor sin billete de tren a ver a su padre a la cárcel y, al decirle inocentemente al interventor que ya tenía 7 años, no solo no fue multada sino que el buen hombre le dio dinero a mi abuela para que le comprara unos zapatos a la chiquita. La indignante historia de los mismos protagonistas que, vestida mi madre de comunión, llevaron un queso para celebrarla a la cárcel, y los carceleros se lo comieron delante de los famélicos presos y sus hijas, mofándose.

Las historias del hambre: de las lentejas con bicho de auxilio social, de la merienda que le daban a mi tío y repartía con sus hermanas, de las piernas flacas por el hambre de las que se reían los niños llamándolas las "patinas", de las largas colas para el sebo que eran eternas porque cuando llegaban las mandaban al final por ser rojas.

Las historias del miedo: de los bombardeos de la fábrica de armas, de los llantos escondidos de las mujeres cuando llegaba la última carta antes de morir de un preso. La historia del hermano del abuelo que salió hacia el manicomio porque no era de los que se callan y enloqueció con las palizas de la cárcel.

Y luego las historias de la vuelta a la vida después del telegrama con la salida de la cárcel. El abuelo ayudaba a los obreros, hacía instancias, enseñaba a los que hacían una oposición, escuchaba Radio París por las noches. La abuela nos cuidaba, cocinaba, "nunca pasamos hambre" -decía-; nos ponía guapas, compraba telas para vestidos que hacía mi madre, y me llevaba a la peluquería a alisarme el pelo (vano afán); nos defendía, nos malcriaba.

Y todo ello sin poder hablar de política. "El abuelo no era rojo, era republicano", nos decían. Por eso a mí me gusta decir que soy roja. Y porque lo soy.

Historias de los que defendieron una bandera que años después regaló un amigo a un combatiente voluntario, a sus nietos y biznietos, en el Ayuntamiento. Al ver la bandera, los niños levantaron el puño y uno de ellos saludó con el puño en la frente, como hacían los brigadistas al despedirse.

Solo siento no haber estado, lo siento abuelo. Porque ya sabes que yo no soy de banderas. Pero la tuya la respeto y me recuerda tu lucha, tu vida, la mía. La llevo con orgullo todos los catorce de abril para recordarte. Para recordaros.

Yo soy hija de vuestra lucha y es de bien nacidos?

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora