El acoso a la familia como institución y a sus principios y valores éticos y morales, cada día más agudizado y envalentonado, ante el que todos suelen esconder la cabeza baja el ala para no perder la cuota de progreso y modernidad que conllevan los nuevos tiempos -y por parte de los partidos para no perder votos, que es lo que de verdad les importa- pese a que esa tendencia suponga un paso hacia el abismo común, ha hecho que el papa Francisco, la semana pasada, se pronunciase una vez más en defensa de la familia católica, y como siempre abriendo los brazos de la Iglesia a otras situaciones, actuales y numerosas, que no pueden dejar de ser tenidas en cuenta.

Así, el pontífice se ha referido expresamente a los divorciados y vueltos a casar, y a las uniones de hecho, pidiendo sensibilidad y generosidad, aunque ha rechazado de modo rotundo la equiparación al matrimonio de las uniones entre personas del mismo sexo. Una toma de postura bien clara y explícita de cara a la situación que se está produciendo con la destrucción de la familia como objetivo primordial y radical, un rancio movimiento que cobra fuerza a través de una vasta red de "lobbies" estratégicamente situados para ir influyendo, sin prisa y sin pausa, con el odio y el resentimiento como ejes principales, en una sociedad desorientada que está perdiendo las referencias y que encuentra cobijo en las actitudes radicales que se pregonan con fines acomodaticios y hedonistas, despersonalizados y erradicados del núcleo, lo que desboca en la suma solidificación de las viejas y fallidas revoluciones.

La crisis que ha azotado el mundo y aún persiste en tantos lugares, empezando por España, ha coadyuvado, con el fin de las burbujas, a estos movimientos, que aunque sean todavía muy minoritarios representan un claro riesgo. Porque la destrucción de las familias, y el empobrecimiento de las mismas como una de sus inevitables consecuencias, conduce directamente al fracaso económico y financiero del sistema, dentro de una elemental dinámica de acción y reacción. Mas familias rotas, desestructuradas, monoparentales, menos hijos, menos hogares, menos empresas, menos empleos, menos dinero, menos consumo, menos producción, en un bucle interminable. Los datos son abrumadores pues a ellos se une la deteriorada situación causada por el Gobierno del PP que tanto daño ha hecho a las clases medias que han visto durante la crisis como caía en un 25 por ciento su capacidad adquisitiva.

Las clases medias, que en este país significa más de un 50 por ciento de la población es, junto a la familia, son el gran motor de la sociedad, y las dos van para abajo dejando a la vista un desolado panorama de futuro inmediato. En los últimos años, la renta familiar ha bajado, los impuestos han subido desaforadamente, el consumo ha descendido en 46.000 millones, se llevan destruidos dos millones de puestos de trabajo -en parte debido a las nuevas tecnologías- el mantenimiento del estado del bienestar cruje y se tambalea, y todo ello revela una inestabilidad social que se va confirmando día tras día, sin que se vislumbren soluciones. A la familia, que es el último refugio, lo que siempre queda, ni tocarla.