Hay cosas que por mucho que intentemos ocultarlas son evidentes. El problema es que las evidencias de bondad de quienes no nos caen en gracia por sus ideas religiosas, por afinidad política o simplemente por simpatía personal, pasan al quirófano de la crítica para desmenuzar pormenorizadamente al sujeto con el fin de hallar un motivo para poder colgarle el cartel de persona non grata.

Leía yo hace unos días una noticia sobre un documental presentado en un grupo de trabajo de las Naciones Unidas durante la Semana Santa. En este rodaje de corte periodístico financiado en su mayoría por el gobierno finlandés se presentaba un trabajo de educación sexual a las mujeres de Uganda. Todo estaría bien -o al menos respetable- de no ser por la insistente y lacerante referencia a la culpa de la Iglesia católica. Dice el artículo que narra todo esto que "uno de los personajes principales es una mujer católica descripta como una "máquina reproductiva", víctima de un marido infiel y de sus deseos sexuales. Tomas de iconos religiosos en su hogar, de Benedicto XVI, de Jesús y de María transmiten la idea de que ella estaba bajo el hechizo de la Iglesia". Al final ella es una mujer moderna que sabe usar anticonceptivos y que se los recomienda a otras mujeres. Esta presentación en la ONU acaba con el silencio ante algunas advertencias de dos asistentes: no se puede plantear la solución a un problema desde otros parámetros culturales; además, que esa educación sexual solo lleva a controlar el número de bebés y no otros problemas.

Veamos. Al margen de las conclusiones finales de estas asistentes -que bien merecerían un artículo aparte- uno no entiende por qué continuamente aparece la religiosidad y la doctrina católica como un problema contra el que tienen que luchar estas doctoras? Estas y medio mundo que tienen que justificarse en la supuesta opresión de la moral católica para mostrar sus valores. Después de tener más de siete mil centros de educación, casi trescientos hospitales y ciento treinta consultorios entre otros servicios pastorales repartidos en seis mil novecientos centros, es triste que haya gente que piense que tienen que luchar contra nosotros porque nuestra fe oprime a los usuarios de esos servicios.