El hecho que los pintores nacidos en esta tierra hayan mamado desde pequeños el ambiente semanasantero les ha llevado en volandas, de manera casi obligada, a plasmar en sus lienzos escenas de la Pasión. Desde Pedrero a Bartolomé, pasando por San Gregorio o Crespo, han ido dejando testimonio de nuestra Semana Santa tal y como ellos la han sentido, para disfrute de todos nosotros y de las generaciones venideras. Pero también otros pintores foráneos no han podido sustraerse a dejar huella de esta muestra, casi única, que se viene repitiendo todos los años, desde tiempo inmemorial. Uno de ellos ha sido José Gutiérrez Solana, quien en sus incursiones por el interior de la península, dejó algunos cuadros inspirados en temas zamoranos. De ellos, quizás destaquen dos, fácilmente identificables. El primero, conocido como "Procesión de noche", data de 1917 y tiene un significado especial para los zamoranos, como es el poder ver en el lienzo el paso de La flagelación que desfila la tarde del Jueves Santo en La Vera Cruz, en el que destacan los sayones "el calvito", "el zurriago" y "el de las cascarrias", con sus correspondientes "bodajos".

El segundo de los cuadros de Solana es Procesión en Zamora, que el artista madrileño pintó en 1944, un año antes de fallecer. En él, aparece en el centro, sobre unas andas, la figura de un Cristo Crucificado, que puede recordar al del Amparo, que sale la noche del miércoles de la iglesia de Olivares y, al fondo, un portón con arco de medio punto que deja ver a un Jesús Nazareno que podría ser El Mozo de San Frontis.

Aunque, por fortuna, la Semana Santa de Zamora, un año más, ha continuado su andadura, con mayor o menor repercusión, con mayor o menor número de defensores y detractores, y con las calles llenas de gente, dándole tiempo al tiempo para ver pasar los desfiles procesionales, a lo mejor no sería mala idea juntar una colección de cuadros, con temas semanasanteros, en una exposición monográfica que pudiera ofrecerse como un atractivo más para ayudar a mantener viva esta antigua tradición que viene perdurando en nuestra tierra. Tampoco parecería una extravagancia la programación de conciertos y exposiciones, puesto que cada año que va pasando aumenta el número de personas que prefieren programar sus vacaciones, para esos días, en lugares que ofrecen un mayor abanico de ofertas culturales o de cualquier otro tipo. Y es que son otros los tiempos que ahora corren, y las costumbres, para bien o para mal, han ido modelándose de otra manera. No se trata de optar por ser estoicos o epicúreos, sino de aceptar que las cosas han cambiado y resulta tan arriesgado creérselo todo que no llegar a creerse nada. Parece necesario llegar a captar un turismo más selectivo que permita poner el letrero de overbooking no solo dos días, sino toda la semana, pero para ello es necesario que seamos autocríticos y admitamos que hay cosas susceptibles de ser mejoradas, como, por ejemplo, la moderación en esa proliferación de meriendas, al modo de romerías, que en plena calle son protagonizadas por cofrades de determinadas procesiones, que no dicen mucho en aras de la estética; como tampoco ayuda mucho el botellón de la madrugada del viernes, o el cubrir el firme de las calles con un espeso manto de cáscaras de pipas. Mejorar el caché de la calificación de Bien de Interés Cultural que ahora luce la Semana Santa de Zamora para conseguir la calificación de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad es labor de todos, aunque bien es cierto que siempre habrá escépticos que defenderán la teoría de que cambiar determinados hábitos es labor harto difícil, tan difícil como saldar una deuda al tiempo de aumentarla.