Falta menos de un mes para que se cumpla el plazo fatal y el rey haya de convocar nuevas elecciones si no existe al final, como todo da a entender, un acuerdo entre partidos que pueda dar paso a la constitución de Gobierno. Pese a que nadie quiere la reiteración de los comicios, ni los partidos ni los electores, resulta el único desenlace a una situación tan indeseada como inevitable.

El PSOE acentuará la actividad antes del 2 de mayo para buscar desesperadamente soluciones que puedan hacer factible un pacto, de alguna manera, con su candidato Pedro Sánchez al frente del Ejecutivo que se formase y en el que se incluirían tanto Ciudadanos como Podemos a través de algunos ministerios, que es lo que se rumorea ahora. Ni Albert Rivera ni Pablo Iglesias estarían dentro de ese hipotético Gobierno, sino en el Congreso, actuando como cerebros de sus partidos. Parece que las últimas ilusiones socialistas pasan por ofrecer esa entente que habrían de aceptar ambas partes, lo que de entrada lo hace casi imposible. Iglesias ya renunció a su anterior exigencia de ser nombrado vicepresidente, pero a Rivera, aunque tan pronto diga una cosa como otra, no se le ve muy dispuesto a ceder en su afán de tocar poder, aunque sea por los pelos. Confía Pedro Sánchez en que las medidas sociales y económicas que los tres partidos pondrían en marcha pueden actuar como nexo de unión final y confía también en que el secretario regional socialista en Cataluña, el singular Iceta, consiga un acuerdo con Domenech, el hombre de Podemos allí, que pudiera aplazar el asunto del referendo secesionista. Algo por lo que sus voceros afirman que nunca pasaría Ciudadanos, que mantiene el rechazo total a tal consulta.

Por su parte, el PP, con el que nadie cuenta, se ha puesto las orejeras y sigue a lo suyo, porque en realidad no hace otra cosa que continuar la precampaña electoral que ya iniciara a comienzos de año. Al igual que Rivera, también Rajoy brujulea de uno a otro lado, sin sentido ni norte, y tan pronto dice digo como dice Diego. Aseguró que iba a conversar con Sánchez y con todos los demás pero ha debido comprender la inutilidad del empeño y se ha echado atrás, aunque en cualquier instante puede echarse adelante. No espera más que unas nuevas elecciones que le permitiesen sacar la cabeza del agua y respirar un poco, pero casi todas las encuestas respecto a intención de voto aseguran que el PP seguirá bajando aunque sea ligeramente, como si hubiese tocado fondo. Aparte de la corrupción que anega a su partido, ya ni siquiera puede asirse Rajoy a su estribillo preferido: el de la recuperación económica.

Bruselas le ha vuelto a tirar de las orejas al Gobierno y muy duramente. La rebaja del déficit público impuesta para 2015 se ha visto incumplida, pues el 4,2 previsto ha pasado a ser del 5,25. Ha salido Montero, el de Hacienda, echando la culpa a las autonomías. Y así es, en general, porque la triste y tremenda realidad es que en este país los gastos superan con mucho a los ingresos, y ello ha conducido a la situación actual, con más de cuatro millones de parados, una clase media destrozada, una población empobrecida y ocho millones de pensionistas muy preocupados ante el futuro inmediato.