Al perro flaco todo se le vuelven pulgas. Esta conocida frase se suele utilizar para comentar que cuando las cosas van mal, todavía pueden ir peor, y que podía ser aplicable a la Zamora de comienzos del siglo XVII. Corría el año 1650 y aquí la langosta y la sequía habían causado verdaderos estragos en los campos, el hambre y la miseria se enseñoreaban de las gentes por estar las tierras casi desoladas.

Para consumar tanto desastre, llegó al año siguiente el maestre de campo don Luis Nieto de Silva, vizconde de San Miguel, con los empleos de gobernador militar y político de la ciudad. Este señor era yerno de don Fernando Ruiz de Contreras, secretario del rey Felipe IV, audaz, desvergonzado, imperioso y malo, no hubo desmán ni tiranía que no cometiera. Empezó por diseminar el Regimiento, enviando a unos a la guerra, prendiendo o desterrando a otros, y cuando, atemorizados los que quedaban, desistieron en la resistencia, no hubo honra ni vida segura, ni por aumento de su hacienda dejó de abusar de la ajena. Tres años de angustias, de terror y de sufrimiento hizo pasar a sus gobernados, sin que la autoridad del marqués de Tábara, que por ser capitán general de la frontera estaba ausente en ella de continuo, alcanzara más que a moderar algunos de sus desafueros.

Y llevó el cinismo a tal punto de convocar al Ayuntamiento para exigir que en nombre de la ciudad escribieran al rey haciendo panegírico de su persona, encomiando la suavidad y sabiduría de su gobierno, y pidiendo que se le prorrogara otros tres años con adicción del empleo de general de Artillería. Menos mal que el marqués de Tábara, con honrada palabra, informó a S.M. de la verdad, y a pesar de la protección de Contreras fue relevado, bajando sus fueros desde el instante en que lo supo y saliéndose sigilosa y cobardemente de la ciudad por no dar cuentas a quien se las pidiera.

Murió el rey don Felipe en 12 de septiembre de 1665, pidiendo hombres y dinero, vendiendo empleos y oficios, no solo para la guerra, que a este medio acudió en los últimos años. De sus manos salió España consumida y desmembrada, rodando por el abismo de la decadencia, de la nulidad y de la corrupción. Zamora, más que ninguna otra provincia, se hundió en la miseria. La ciudad, que contaba cinco mil vecinos, apareció con setecientos cuando, iniciada la guerra de Portugal, se hizo el censo para organizar las compañías de defensa.

En cambio, en las honras fúnebres y exequias por la muerte del rey gastó Zamora 25.884 reales. Los grandes, los títulos de nobleza, los mayorazgos, fueron en masa a disfrutar de los placeres de la Corte instalada en Madrid y de los encantos que brindaba el Buen Retiro, gastando en sedas y encajes, lacayos y músicos las mermadas rentas. Arruinados los templos, caídas las casas, que se dejaban en solares y corrales, llegó el caso de discutir el Regimiento qué carrera seguiría la Procesión del Corpus para que no pasara por las calles que habían quedado sin gente.