La dentellada del hambre es muy jorobada. Dicen los expertos que la crisis ha hecho que las familias españolas sean más vulnerables. De media, gastan alrededor de un 20% en la alimentación, pero muchas se han visto obligadas a buscar fórmulas de ahorro. Lo que aquellos que están a dieta, por cuestión de peso, llaman ansiedad, en miles de familias españolas, y cientos de familias zamoranas no son ajenas a este hecho, se llama, simple y llanamente, hambre pura y dura. Y es muy dura el hambre. Clava aguijones en el estómago y obnubila los sentidos. El hambre corroe por dentro y también por fuera. Es muy duro irse a la cama sin cenar y al colegio sin desayunar y así un día y otro. Recuerdo un informe de Cáritas Europa que situaba a España como el segundo país de la Unión Europea con mayor índice de pobreza infantil, superado solo por Rumanía. Y eso que las calles en España se nos han llenado de ciudadanos rumanos mendicantes. Ni en su país ni en el nuestro. La crisis, de la que no se ha salido del todo, sigue golpeando con saña a diversos sectores. Los niños son los que han sufrido de forma más dura las consecuencias.

Me pregunto ¿qué valor pueden tener cuatro lonchas de queso gouda? Y dos panes pequeñitos, ¿cuánto pueden costar? No creo que la cifra alcance los cinco euros. Esa "enormidad" fue lo que Yurena Martín cogió del almacén de su empresa, sin permiso de sus superiores, a mediados del mes de marzo. Alimentos exiguos que iba a llevar a sus hijas para que cenaran ese día. Porque ese día, como tantos otros, no tenía nada que llevarles a la boca, ni frío, ni mucho menos caliente. Y ese acto "monstruoso" supuso a esta mujer de 34 años el despido inmediato por parte de la subcontrata del servicio de catering que opera en el albergue para personas sin hogar de Santa Cruz de Tenerife. La empresa alega que la trabajadora cometió una "falta muy grave".

Yo no digo que no sea una falta. Yo no digo que lo mejor es que se lo hubiera pedido a los jefes contándoles su situación. Claro que viendo la dureza de corazón de los susodichos, lo mismo hubiera sido peor. Lo peor que podía ocurrirle a esta madre es que la despidieran. Y la han despedido, la han mandado con cajas destempladas para su casa. Su sueldo, 400 euros, era el único dinero que entraba en su hogar. Ahora ni las cuatro lonchas de queso gouda, ni los dos panecillos, ni los cuatrocientos euros. No hay derecho a que se castigue de forma tan fulminante a quien coge una minucia para dar de comer a sus hijos y se deje campar por sus respetos a quienes han amasado fortunones de forma ilegal, traficando con el dinero de todos, para comprarse un yate, esquiar en Baqueira, gozar de la vida en un dúplex de 500 metros o vivir como un marqués de los de antes, sin dar otro palo al agua que no sea el de la caña de pescar. Las administraciones están en la obligación de intervenir de inmediato en situaciones como esta que a todos nos deben avergonzar. ¡Con la de alimentos que se tiran todos los días a los contenedores! Y, sin embargo, hay niños y niñas que pasan hambre todos los días o que no comen lo que deben porque la cantidad es exigua y se trata de restos que ni para los animales de carga se quieren. Desde nuestro estómago saciado no caemos en la cuenta de que el hambre mata. Sobre todo a los más vulnerables, los niños y los enfermos.