La necesaria salida al exterior no es ya una cuestión de negocio, que también, sino de cultura empresarial. Permanecer ajeno a este proceso supone realmente un mayor riesgo que cualquier aventura de internacionalización. Un concepto este último que va más allá de las exportaciones, porque abarca también las importaciones, las oportunidades de inversión en otros países y la entrada de capital productivo. Estamos, por tanto, ante un fenómeno en el que España se sitúa, por suerte, en el vagón tractor, gracias a una estrategia comercial acertada desde la década de los 90, hasta el punto de ser hoy en día el noveno país en entrada de capitales y el decimocuarto en salida.

La radiografía es alentadora y más, si cabe, al confirmarse que el buen comportamiento exportador y el alto grado de internacionalización han sido determinantes para amortiguar los efectos de la crisis. Pero las almibaradas palabras podrían hacernos pensar que los deberes están hechos. Y nada más lejos de la realidad. Porque, a pesar de que el comercio exterior representa ya el 59 por ciento del PIB, no conviene dormirse en los laureles. Debemos, más bien, impulsar todos los resortes públicos y privados si queremos que una de las patas esenciales de la internacionalización, la captación de inversiones, no acabe flojeando y haga tambalear toda la mesa. Los retos son diversos y pasan por la promoción comercial, el acceso a la financiación y el estímulo necesario para que las pymes también se sumen a esta cultura, sin olvidar la formación, la orientación hacia los mercados más pujantes, el fomento de la innovación y la diversificación de productos y de las áreas geográficas.

En lo que se refiere a Castilla y León, podemos ver el vaso medio vacío o medio lleno. Personalmente, me inclino por la segunda opción, ya que, como señala el Consejo Económico y Social (CES), la internacionalización es también un rol personal.

Veamos, en todo caso, el actual escenario autonómico. Para empezar, si bien es cierto que las estadísticas otorgan a la comunidad un récord de ventas en el exterior por tercer año consecutivo hasta alcanzar los 15.740 millones de euros en 2015, con un incremento interanual del 18 por ciento, igual de cierto es que este volumen significa tan solo algo más del 6 por ciento del total nacional. Por ello, no pueden ser más oportunas las palabras de la consejera de Economía, Pilar del Olmo, al advertir en un reciente foro de que Castilla y León "debe implicarse en el cambio de paradigma que exige el proceso de globalización, para no quedar rezagados". Una llamada de atención que exige a la vez el fortalecimiento de la política económica autonómica para afianzar esta tendencia. Porque los números, por muy notables que sean, distan mucho de ser el reflejo del ansiado cambio de mentalidad.

En poco más de diez años hemos pasado en Castilla y León de tener 3.000 a 5.200 empresas exportadoras. Un crecimiento destacable, pero que realmente no llega ni al 4 por ciento del conjunto nacional. Hay, por tanto, mucho margen para avanzar en materia de internacionalización, sobre todo al constatar que, además, el número de empresas exportadoras de la región representa escasamente el 1 por ciento de todas las registradas en la Comunidad. Por ello, bueno es demandar a nuestras autoridades proseguir con ese esfuerzo que anime al tejido empresarial a salir al exterior, sin descartar ninguna oportunidad.

El próximo viernes, cuando la propia consejera y el presidente de la Junta presenten el IV Plan de Internacionalización Empresarial de Castilla y León, será un buen momento para calibrar si estamos ante la consolidación de esa senda o ante un simple compromiso teórico. Ojalá que esa cultura, sustentada en la internacionalización, la competitividad y en la innovación, se extienda como síntoma exponencial de nuestro crecimiento.