Una de las tradiciones populares que más fascinan a los zamoranos son las romerías. Tras la Semana Santa, estamos metidos de lleno en la vorágine de unas manifestaciones que aglutinan aspectos religiosos, culturales y populares. Hasta 76 romerías aparecen en el calendario editado por la Diputación de Zamora, que puede consultarse en su página web. Aunque casi el 80 por ciento se concentra en los meses de abril (16), mayo (27) y septiembre (14), no obstante, durante ocho meses, muchas localidades de la provincia rememoran una de las expresiones de la cultura popular que, como he escrito en otras ocasiones, ha adquirido un nuevo significado. Las razones de este supuesto florecimiento hay que buscarlas en la afluencia masiva de público que asiste a los actos romeros, que en muchos casos trastorna y pervierte el sentido original de unas tradiciones que se fraguaron hace muchos años y que la inmensa mayoría de los asistentes no saben (o no sabemos, yo me incluyo) interpretar.

Por ejemplo, la romería del Cristo de Valderrey, que se celebra hoy, o las romerías de Virgen de la Luz, en Moveros, La Riberiña, en San Martín del Pedroso, Los Pendones, en Fariza, la Virgen de la Tuiza, en Lubián, etc., arrastran a miles de personas. Ahora bien, ¿cómo se puede explicar la presencia tan numerosa a estos actos de gentes que, en muchos casos, no sienten ni viven en el medio rural durante el resto del año? ¿El boom de las romerías sería, como sostienen algunos expertos, una expresión del renacimiento de la sociedad rural? Me temo que no. Como ya he expuesto en estas páginas en varias ocasiones y en diversos congresos nacionales e internacionales, la revitalización de estas tradiciones no es, ni más ni menos, que un ejemplo del consumo desaforado de signos y símbolos rurales que hace apenas dos o tres décadas eran ignorados y menospreciados por la inmensa mayoría de la población. La moda del turismo rural, que hoy se vende como rosquillas, sería otro ejemplo que demuestra lo que digo.

Pero no son los únicos. Fíjense que en las dos últimas décadas ha habido un florecimiento de otras expresiones culturales muy significativas: la rehabilitación del patrimonio rural (fuentes, molinos, almazaras, palomares), la agricultura ecológica y la demanda de productos alimentarios de alta calidad, la recuperación de faenas agrícolas de antaño (siega, trilla, matanza) en las fiestas de los pueblos o la atracción que ejercen los burros en el público infantil. Lo curioso es que estas manifestaciones se desarrollan al mismo tiempo que muchos pueblos de la geografía provincial, regional y nacional siguen perdiendo población y en ellos cada vez encontramos menos personas ocupadas en actividades relacionadas con el sector primario. Esta aparente contradicción me lleva a sospechar que, más que hablar de renacimiento de la cultura rural, estaríamos asistiendo a una nueva moda impuesta desde fuera que, como todas las modas, será efímera y pasajera. Espero, sin embargo, equivocarme. O al menos sería mi deseo.