Si el grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de Zamora se equivocó antes montando el show que montó contra la visita del embajador de Venezuela, representante oficial y acreditado de un país con el que España mantiene unas normales relaciones diplomáticas, ahora tensas, ha acertado el otro día, sin embargo, al protestar enérgicamente por el uso de la Casa Consistorial para hacer entrega a la familia de un antiguo brigadista sueco de una bandera republicana.

Lo nunca visto, y desde luego la portavoz del grupo, Clara San Damián, acierta cuando asegura que ello constituye una ofensa a los zamoranos, a muchos de ellos. Si el concejal de cultura, Viñas, quiere recibir y hacer un obsequio a estos visitantes por haber sido su antecesor amigo de Baltasar Lobo, a quien conoció durante la guerra civil, debió hacerlo en su casa, o en la sede de IU, su partido, o en cualquier otro sitio, pero no en el Ayuntamiento, lugar de todos. Nunca un acto estuvo más fuera de lugar.

No se entiende por qué se arma tanto lío cuando se despliega una bandera nacional de las de antes, con el antiguo águila, por ser preconstitucional, y se permite el uso y abuso de la enseña tricolor, más preconstitucional todavía. Esa no es la bandera ni de España ni de todos los españoles, sino un símbolo de la izquierda más radical y resentida. Pero la derecha pusilánime sigue dejándose quitar el morral y comulgando con ruedas de molino con tal de parecer centrada y no autoritaria.

El ejemplo más actual y patente es Rajoy al frente de un PP incapaz de parar los pies a los separatistas catalanes, ni de derogar, pese a su mayoría absoluta, las leyes del inepto Zapatero, y muy especialmente esa de la memoria histórica que solo ha servido para el resurgir de los rencores y dar paso de nuevo a las dos Españas olvidando la concordia de la transición. Y todo para no perder votos, una táctica del avestruz que no le ha servido para nada, con cuatro millones de votos perdidos.

No solo están pasando cosas así en Zamora, pues todos los ayuntamientos del cambio en cuanto se han visto instalados -y aparte de colocar a familiares y amigos, lo mismo que hacen los de la casta política que tanto criticaban- empiezan a mostrar la patita por debajo y por encima de las puertas. Pero una institución no puede ser nunca, de ninguna manera, gobernada de manera sectaria y partidista. El alcalde de una ciudad es el alcalde de todos los vecinos, los que le votaron y los que no le votaron, y eso es algo que no se puede dejar de tener en cuenta en ningún momento. Será legal o no el episodio -el PP zamorano lo ha pasado a su servicio jurídico- pero es muy reprobable. Ha faltado sensibilidad, humana y política, y el respeto debido a la institución y a los ciudadanos. No lo sería pero aquello parecía un evento oficial. Ver la bandera republicana en un acto en el Ayuntamiento de la capital es algo que tiene que haber repateado las tripas a muchos, un agravio innecesario en todo caso. Antes de actuar hay que pensar. A ciertos cargos de responsabilidad hay que llegar con el revanchismo fuera. Porque la libertad de unos acaba donde empieza la de los otros.