En el arte de la escenificación, Pablo Iglesias demuestra ser un actor consumado. Pedro Sánchez está aprendiendo. Juntos han escenificado un paseo de película por la vía pública que, de esa forma, les ha permitido tener el público asegurado, ser el centro de atención, convertirse en protagonistas indiscutibles de la jornada. La escena ha sido de lo más guay. Como no podía ser de otra forma, el encuentro en la tercera fase fue previamente anunciado. La cortina de cámaras fue impresionante. Delante del objetivo otra cortina, de humo, pero eso era lo de menos, lo de más era chupar cámara y ambos actores tuvieron una "jartá".

España estuvo en vilo durante unas horas, las que pasaron desde que la escena fuera anunciada hasta que aparecieron charlando, como si nada pasase, como si antes de ellos no hubiera habido antes y después de ellos no hubiera después. En viéndoles, daban la sensación de una cosa pero la verdad es que era la contraria. Todo estaba pactado, planeado, estudiado al milímetro, a su gusto, que no es precisamente el del resto de ciudadanos ajenos a estas y otras componendas políticas y de poder.

Había que dar sensación de normalidad y aparentemente la dieron. La enjundia estaba dentro, en la reunión, en las palabras, que se las lleva el viento, en los compromisos, en lo que de verdad se cuece de puertas adentro. Lo de menos, por banal y absurdo, era lo del paseo. "Solo quedamos tú y yo, Pedro", le dijo Pablo en el Congreso hablando de amor. Y, Pablo y Pedro, los dos apóstoles de la izquierda, la más radical y la pretendidamente más moderada, se prestaron al docudrama del que se ha dado buena cuenta. Seguir apartándose de la realidad no puede ser bueno para los intereses de España y los españoles.

Tengo para mí que la prensa no ha estado a la altura, se presta al juego con demasiada facilidad, con demasiada facilidad se somete a los caprichos de estos dos apóstoles y de lo que en verdad importa no se informa. Se quedan en la carrocería y se olvidan del chasis que la sustenta. A mí la escena me pareció obscena, conociendo como todos conocemos la incompatibilidad de ambos partidos. Sánchez por gobernar, vendería su alma al diablo, menos mal que el sentido común de sus compañeros de escuadra le impide el descabello que, de otra forma, sufriría la sufrida España.

Pedro y Pablo se han apuntado a la cosa peripatética en la que tan a gusto parecen encontrarse, mientras siguen dando la espalda a la realidad. Vale ya de seguirles el juego, de convertirse en actores secundarios de las películas que uno y otro y los dos se montan cada poco. Pablo conoce sobradamente el valor de los medios y lo explota hasta la saciedad. Pedro parece ir a gustito en esa burra prestada.