Durante el pasado año 2015 se produjeron en España, según datos oficiales procedentes del Ministerio de Justicia, más de 3.000 suicidios. Una cifra aterradora, aproximadamente el doble del número de muertos por accidentes de tráfico. Y lo peor es que en los últimos años estas dramáticas estadísticas no dejan de aumentar. Entre ocho y diez personas mueren cada día por voluntad o falta de voluntad propia. Muy lejos de los números que se dan en Japón, por ejemplo, o ya en Europa en los países nórdicos o del este. Pero no por ello menos terribles y preocupantes.

Como el incremento se ha empezado a notar durante los duros años de la crisis parece fácil en teoría aferrarse a la situación económica como principal factor desencadenante. Pero los datos no coinciden exactamente porque solo desde 2011 es cuando se empezó a producir el incremento, si bien fue entonces cuando el paro creció enormemente, todas las burbujas económicas quedaron pinchadas y sin efecto, y la situación se abocó al desastre, mientras el nuevo Gobierno reaccionaba estrujando más a la gente a base de subir impuestos y congelar salarios. El pasado año, sin embargo, se dio por sentada una cierta recuperación económica y el desempleo cedió algo, pero los suicidios aumentaron.

Las causas que originan estas muertes se desconocen con exactitud o no se cuentan dado el tabú religioso y social que tales hechos comportan, pero parece, según los estudiosos del tema, que existen una serie de factores exógenos que pueden haber contribuido al incremento, en todas las edades, algo que no solo ha ocurrido en España, sino en todos los países del entorno. Documentadas están las muertes que pueden haber tenido que ver con las órdenes de desahucio, y también, al parecer, los producidos como consecuencia de la desestructuración de muchas familias, con los traumas consiguientes. Luego, se encuentran la desesperación ante las enfermedades mortales, los estados crónicos de depresión avanzada, y los casos de enajenación mental, que conducen al triste desenlace.

Un dato importante es que el 75 por ciento de los suicidas son hombres, lo que hace reflexionar y no únicamente a los psiquiatras y los expertos. Y eso en todas las partes, lo que debe querer significar algo respecto a la sociedad que se vive. Desde luego debe significar que hay que extremar las medidas de precaución en torno a aquellas personas que, por sus condiciones o por la extrema situación anímica o material que sufren pueden acabar siendo víctimas de decisiones fatales que tanto daño causan. Las autoridades sanitarias llevan tiempo buscando soluciones que ayuden al menos a frenar esta tendencia limite. Se ha pensado en campañas similares a las que hace Tráfico para concienciar a conductores y peatones, pero la índole del asunto es tan delicada que no se llega a conclusiones definitivas. Lo que tampoco se puede hacer, sin embargo, es dejar las cosas en manos del destino. Algunos de los nuevos partidos políticos alientan en sus programas asomarse al suicidio asistido, como en otros países europeos, pero nadie se atreve a adentrarse más en un tema en el que se suele tocar madera.