Sabido es como las condiciones climatológicas condicionan y aún pueden ser decisivas para la celebración de cualquier evento. Y eso ocurre cada año en Zamora con su Semana Santa, siempre pendiente del tiempo que haga, algo que incide directamente tanto en la brillantez de los desfiles procesionales como en el número de visitantes que llegan atraídos por su fama. Esta vez, de todo ha habido, pero en general han predominado las buenas temperaturas, lo que ha contribuido a un satisfactorio balance. Se temían las lluvias, siempre se temen, pero se han limitado a los primeros y últimos días, afectando solo a dos o tres procesiones, mientras que por el contrario las fechas centrales, las más representativas y multitudinarias, han gozado del favor meteorológico.

Las calles, como cada año, abarrotadas de gente. Se calcula en 300.000 personas las que pueden haberse dado cita en la capital zamorana para asistir a cultos y procesiones. Claro que siempre se dice la misma cifra, año tras año, sin que se sepa bien de donde procede y de donde se obtiene. Pero, en todo caso, el lleno es evidente, se nota y se siente. Y lo mismo que las calles, los templos, el museo de Semana Santa, y sobre todo los bares, restaurantes y hoteles. Estos últimos son los que más lo han notado pues el tren de alta velocidad ha traído más visitantes que en años anteriores, y sobre todo que han hecho noche en la ciudad, dado los estrechos horarios del sucedáneo del AVE. Es de esperar que el éxito de pernoctación, que no solo se ha limitado a Jueves y Viernes Santos, se amplíe a los meses venideros dada la gran cantidad de turismo que se aguarda con motivo de Las Edades del Hombre en Toro.

Todos contentos, pues, a lo que parece. Nadie ha echado de menos la pérdida del cierto carácter oficialista de los actos, tradicionalmente presididos por las autoridades locales, que aunque también han acudido lo han hecho con menos solemnidad y protagonismo, pompa y boato, que solían hacerlo antes. Y el Ayuntamiento, por su parte, ha cumplido bien su cometido tanto durante las procesiones como en las horas previas y posteriores. Sirva como ejemplo la celeridad con que esta vez fueron recogidas las dos toneladas de basura que dejaron los más de 6.000 jóvenes asistentes al botellón.

Para la Junta de Semana Santa esta ya casi tradicional cita con el alcohol de la noche del Jueves Santo sigue siendo el punto negro de las celebraciones pues temen que perjudique a la imagen de fervor y austeridad que son la marca genuina de los desfiles procesionales de la capital zamorana. Aportan un dato curioso y significativo: el descenso de juventud entre los cofrades en los actos de esa noche, como si prefiriesen el botellón a la procesión. La Junta insistirá en pedir al alcalde la colaboración municipal para erradicar una costumbre que a su entender perjudica a todos y no beneficia a nadie.

Al margen de ello, y como quiera que nada más acabar una Semana Santa comienza otra para las cofradías y los cofrades, ya se ha fijado un objetivo común para 2017: el nuevo Museo, un proyecto necesario y en cuya financiación las instituciones han de implicarse y colaborar más.