A sus 80 años de vida y 54 de carrera cinematográfica, el británico Ken Loach, realizador socialmente comprometido donde los haya, ha vuelto a ponerse detrás de una cámara para denunciar la crueldad del sistema. Lo ha hecho en compañía de su habitual colaborador Paul Laverty ( "El viento que agita la cebada").

"Yo, Daniel Blake" tiene como protagonista a un viudo de cincuenta y tantos, carpintero, que trata de recuperarse de un ataque cardíaco que estuvo a punto de costarle la vida. Blake, a quien interpreta el actor Dave Johns, decide recurrir a la ayuda estatal para subsistir, pero son tiempos de austeridad e incluso para alguien en su grave situación la cosa no es ya tan sencilla.

Blake debe responder a un cuestionario que establece un sistema de puntuación destinado a valorar la capacidad física del solicitante. La persona que lo examina le hace las preguntas más absurdas: ¿Puede caminar cincuenta metros sin necesidad de un automóvil? ¿Puede levantar los brazos como para hurgar en los bolsillos? ¿Logra hacerse entender por un desconocido cuando le habla?

Y él insiste en que su mal está en el corazón. De nada le sirve. Por la puntuación obtenida se lo considera apto para una actividad laboral, por lo que se lo obliga a seguir un curso en el que debe aprender a redactar un currículo y se le enseña cómo presentarse del modo más favorable a una entrevista de trabajo.

En una de sus visitas a la oficina de empleo de Newcastle, donde vive, Blake conoce a Rachel (encarnada por la actriz dramática Hayle Squires), una joven parada y madre de dos hijos, oriunda de Londres y que se convertirá en su compañera de miserias. Loach, que recorrió con el guionista varias oficinas de empleo para documentarse, considera que se ha puesto en pie "un sistema deliberadamente ineficaz". "Se trata de obligar a la gente a buscar un trabajo que no podrán aceptar en ningún caso de forma que terminen abandonando el sistema de asistencia social", según declaró el cineasta a la periodista Agnès C. Poirier, a quien debemos esos datos. El caso que cuenta Loach no tiene nada de singular. Así, el diario "The Guardian" reveló hace unos meses que, según fuentes oficiales, desde que el Gobierno británico introdujo ese sistema de puntuación, el número de fallecimientos entre las personas a las que, en contra del diagnóstico médico, se las considera "aptas para el trabajo", llega casi a noventa al mes.

"Entre diciembre de 2011 y febrero de 2014 murieron (en Gran Bretaña) 2.380 personas, y ello ocurrió, informaba "The Guardian", pocas semanas después de que se las declarase en condiciones de trabajar y se les denegase por tanto la indemnización por enfermedad". Como escribía el diario británico a modo de conclusión: morir "se ha convertido en un daño colateral del sistema de subsidios sociales del Reino Unido".