Las fábulas son cortas y breves narraciones literarias, normalmente en verso, que terminan siempre con un mensaje de enseñanza o moraleja de carácter instructivo. Suelen estar protagonizadas por animales: perros, gatos, cigarras, hormigas. Tratan de enseñar haciendo pensar y sin molestar demasiado. Aunque en España en el XVII Samaniego e Iriarte las revitalizaron, fueron los griegos, varios siglos antes de nuestra era quienes las pusieron en circulación. Hoy referencio tres que nos pueden ayudar a entender, valorar, criticar y especialmente actuar en relación con nuestra España oficial, que no es la real, pero sí la que más ruido hace y más nos desprestigia. Se lo ganan día a día a pulso. Pero debemos seguir ordeñando vacas y ovejas, cultivando nuestra tierras, yendo de pueblo en pueblo para atender enfermos en los consultorios rurales y niños en los centros escolares agrupados. Debemos acudir a nuestras oficinas, nuestros puestos de autónomos, asalariados o de funcionarios del Estado, la autonomía o el municipio. Nosotros somos quienes levantamos el país, la provincia. Pero saber nos hará más libres, para hablar y actuar. Y un pueblo que sabe, piensa y actúa, será engañado cada vez menos.

Esperemos poco a nada de quiénes deberían ser modelos de comportamiento pero por su ejemplo desmoralizan. Ni podemos, ni debemos esperar mucho de ellos. El pueblo debe seguir su trabajo buscando la virtud, la honradez, la laboriosidad, el entendimiento, el consejo, la superación con esfuerzo y tesón. Qué ejemplos de valía y a imitar, nada anticuados, leemos a veces en este periódico cuando se relata brevemente el fallecimiento de alguna persona mayor. No vale la pena seguir lamentándose. España tiene una casta política perversa, miope, poco culta y su organización que en principio debería ser modélica impide cualquier regeneración. No nos queda otra alternativa que seguir adelante sin vacilar, firmes en los principios que nos inculcaron nuestros mayores y sus ejemplos de vida y trabajo.

En el libro de fábulas de Fedro leemos aquello de que Júpiter nos impuso dos alforjas: la que está llena de nuestros vicios la puso detrás; y delante de nosotros, aquella con los defectos de los demás. Por lo tanto no podemos ver nuestros defectos, y tan pronto como vemos que los otros están equivocados, estamos dispuestos a culparlos. Es lo que se repite cada vez que hablan o actúan estos que se dicen y que nosotros hemos elegido como nuestros representantes. En lugar de trabajar por nosotros como sería su deber, afilan sus lenguas para ver quién es más gracioso diciendo lo malos que son los otros y lo buenos que son ellos. Ya no nos engañan. Pero ¿qué hacer? La prensa podía olvidarlos y dejar de repetir sus tonterías.

También recuerdo de la otra fábula de Samaniego que aprendíamos en las escuelas rurales cuando teníamos un libro para todos, pero aprendíamos. Se titula "Los dos conejos":

Por entre unas matas, seguido de perros, no diré corría, volaba un conejo.

De su madriguera salió un compañero, y le dijo: "Tente amigo; ¿qué es esto?".

"¿Qué ha de ser? -responde; sin aliento llego... Dos pícaros galgos me vienen siguiendo". En esta disputa, llegando los perros pillan descuidados a mis dos conejos.

Los que por cuestiones de poco momento dejan lo que importa, llévense este ejemplo.

Y en estas estamos, que si los otros nos arruinaron, que no que fueron los otros, que si estos nos empobrecen, que no que fueron los otros. Imposible entenderse, imposible gobernar, imposible llamar a lo blanco, blanco, a lo negro, negro, a lo malo, malo y a lo bueno, bueno. Y no todo es igual. Lo hay malo, lo hay menos malo y lo hay bueno y si no lo saben que lo estudien que para eso cobran. Y no vean todos según las gafas de ideología que se ponen. Que lo vean como es, que es. Recuerden a Antonio Machado. ¿Tu verdad?, no, la verdad. Ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela.