Nada está decidido definitivamente pero parece que ya poco decidirán. O el mínimo descanso de los políticos en Semana Santa les ha permitido reflexionar y tomar decisiones constructivas, o todo parece abocado en un mes al mayor ridículo posible, al fracaso máximo: repetir elecciones el 26 de junio con el convencimiento generalizado de resultados parecidos a los del 20 de diciembre. Y con una factura garantizada de 130 millones de euros.

Hay dialogo subterráneo, sí, incluso más del que se retransmite. Un miembro de la dirección del Partido Socialista admite que se reúnen con Podemos más de lo que se cuenta pero que el final, después de horas de diálogo en el que parece vislumbrarse alguna flexibilidad, siempre es el mismo: "Queremos la vicepresidencia". Nada por tanto de abstenerse para facilitar un gobierno presidido por Pedro Sánchez. Nada que no nos hubiera advertido en privado Pablo Iglesias medio año antes de las elecciones: "Si gobierna otra vez Rajoy, pues ya sabemos que tocan cuatro años de oposición; pero el peor escenario para nosotros sería quedar por detrás del PSOE y tener que apoyarlo". Es lo que está pasando. En palabras de Alfredo Pérez Rubalcaba, "ya vimos que el famoso asalto a los cielos, era en realidad el asalto a Ferraz". Iglesias tiene su camino trazado y no acepta nada que pudiera consolidar a Pedro Sánchez.

Nada se mueve tampoco por el lado popular, salvo la detección de un malestar evidente entre la gente más joven con el pasado tolerante con los casos de corrupción que van purgándose ahora en cadena. Pero a efectos de movimientos de la partida de ajedrez, nada de nada. Rajoy quedó en primera posición en las elecciones del 20-D y no admite, ni a efectos de debate, que en un régimen parlamentario no gana el que más votos saca, sino el que logra reunir más apoyos. Según este criterio, hoy Pedro Sánchez, aun habiendo obtenido solo 90 escaños, al sumar los 40 por el Pacto con Rivera, dispondría de 130, más uno de Coalición Canaria, por encima por tanto de los que obtuvo el Partido Popular. Pero Sánchez necesita algunos más y, sobre todo, la abstención del PP o de Podemos. Y salvo que suceda un "milagro a la catalana", es decir, que la Virgen de Montserrat se le aparezca a Rajoy o a Iglesias en el último momento, como iluminó en los instantes finales a Mas, el decreto de convocatoria de elecciones irá adelante. A partir de ahí, el calendario no hará mas que confirmar la previsión de que 2016 habrá sido un año lamentablemente perdido. Fíjense: elecciones el 26 de junio, constitución de las Cortes el 20 de julio, consultas del rey hasta agotar el mes, primer intento de investidura en agosto, y quien sabe si gobierno para septiembre. La política, y en este caso, la incompetencia de sus líderes, de unos más que otros, habrá hecho fracasar la recuperación económica en marcha que, aunque débil, se resiente del parón por la inexistencia de un gobierno activo.

A la espera de ese "milagro a la catalana", los partidos, convencidos internamente de que van a elecciones, echan cuentas y llegan a conclusiones similares: los resultados serán los mismos, cuatro escaños arriba o abajo. Esa pequeña diferencia no servirá seguramente para facilitar la formación de gobierno porque el fondo -la necesidad de un acuerdo a tres, o bien a dos con abstención de un tercero- sigue siendo el mismo. Pero esas mínimas diferencias servirán para pasar facturas internas y arrinconar, llegado el caso, a los dirigentes protagonistas del retroceso. Sin que todo eso se haya producido aún, observen la ebullición interna en Podemos, el temor en el PSOE a que le resucite a Pedro Sánchez la amenaza Susana Díaz y los silencios en el PP sobre la continuidad de Rajoy. Aunque el líder popular haya dejado claro estos días que no se va a retirar nunca de la política, ir de nuevo a elecciones para quedar más o menos igual pondría en entredicho su plaza como presidente del Partido Popular. O dicho de otro modo: hay dos jugadores en esta partida que o gobiernan o son apartados del camino, Sánchez y Rajoy. Uno de los dos, o los dos. Y eso se puede producir con elecciones repetidas, o antes. Pero para que sea antes de finales de abril se necesita del ansiado milagro. A la catalana, a la francesa o a la portuguesa, con Lourdes o Fátima de por medio.