Si hay un indicador económico en el que el Castilla y León va camino de superar ese sempiterno porcentaje del 6 por ciento en todo lo relativo al conjunto nacional ese es, sin duda, el de las exportaciones. Los últimos datos oficiales así lo corroboran hasta el punto de que enero ha liderado el crecimiento de las exportaciones en el conjunto nacional con una subida superior al 33 por ciento y un volumen de negocio de 1.160 millones de euros. El sector del automóvil ha ejercido de contrapeso a favor de una balanza comercial que arroja un superávit de 230 millones de euros, una cifra impensable no hace tanto tiempo, si tenemos en cuenta la excesiva dependencia de las importaciones provenientes de los países de nuestro entorno.

Tres grandes sectores son los que han inclinado esa balanza del lado regional y que se corresponden con el del automóvil, el relativo a la semimanifactura no química y el de la pujante industria agroalimentaria, referencia innegable en la renovada marca exportadora de la comunidad.

Pero los retos de Castilla y León no son pocos. Necesitamos más desarrollo empresarial y un mayor tejido industrial que genere cambios en nuestro patrón de crecimiento. La diversidad y el equilibrio entre los distintos sectores se antojan como ejes esenciales para desbrozar un camino en el que acechan peligros coyunturales y globales. Hoy en día el sector agrario regional representa el 5 por ciento, el industrial el 17 y el de la construcción el 7, cuando este último suponía el 25 por ciento al inicio de la crisis. De ahí esa llamada al equilibrio y a la dimensión de las empresas. Basta decir que de las 159.000 empresas que hay en Castilla y León, 153.000 son micropymes (menos de diez trabajadores).

Por ello, ahora que vamos cubriendo con relativo éxito el proceso de la internacionalización -más exportación y más inversión en el exterior-, es imprescindible un cambio de modelo productivo, más acorde a las demandas mundiales, que apueste por la innovación y confíe en las fórmulas colaborativas.