Ahora que parece haberse abierto una especie de veda contra la Iglesia católica y contra los propios católicos, conviene recordar el papel de la Iglesia en la vida de España y de los españoles, fundamentalmente los ancianos, los presos, los desasistidos, los drogodependientes, la infancia, los alcohólicos, los pobres con y sin corbata, los parias, los sin techo. Especialmente de la crisis para acá, la Iglesia católica ha desempeñado un papel de enjundia para que millones de españoles no fueran arrastrados por el marasmo de la crisis. Un papel que pone de manifiesto que el trabajo de la Iglesia no tiene precio.

Al grito de: ¡boicot!, a todo lo que les huela a incienso, Semana Santa incluida, a todo lo que les suene a Iglesia, incluidos los religiosos y sacerdotes fusilados en plena guerra incivil española y cuyo recuerdo no solo quieren hacer desaparecer de calles y plazas, también de los cementerios, se quiere desmontar lo que lleva, a Dios gracias, dos mil años articulado. Hay que confesar abierta y públicamente que, en ese sentido, la Iglesia no está pasando por su mejor momento.

No puedo entender el odio y el sectarismo de ciertos sectores de la izquierda española que ven a la Iglesia como un enemigo a batir, el enemigo público número uno, y que la critican, denostan y combaten con todas las armas a su alcance, incluidas las del poder, ahora que han tocado sillón con las posaderas. Esta gente está en la obligación de saber que la aportación de la Iglesia católica a la sociedad es, simple y llanamente, humanizadora. Muy por encima de la de muchas instituciones. Que la Iglesia no es el enemigo. El enemigo es la corrupción, el hambre de poder a toda costa, la deshumanización de la sociedad a la que hay que volver a rearmar de humanidad y de amor al prójimo más allá de ciertas soflamas populistas.

En pleno Año de la Misericordia hay que poner en valor el caudal de misericordia que la Iglesia alimenta. ¿Que todo es mejorable?, por supuesto. ¿Que se cometen errores?, también. Pero el que esté limpio de fallos que lance la primera piedra. No puede haber nada malo en hombres como el obispo de Zamora, don Gregorio Martínez Sacristán, quien continuamente nos está llamando, creyentes o no, a la fraternidad entre los hombres, a la constante práctica de la caridad entre los seres humanos, a la esperanza entre quienes rebosan de ella para quienes la han perdido.

Salta a la vista la contribución enorme de la Iglesia católica a la sociedad española. Eso en cuanto a lo que se ve. Pero son tantas las buenas obras que no se ven y que, a título individual, reciben tantas y tantas personas en momentos de bajón, en coyunturas familiares difíciles y en el momento del adiós definitivo, cuando más se necesita esa palabra de consuelo.

Vale ya de tejer la maraña de la discordia, arremetiendo contra quienes menos culpa tienen. Si se mira fríamente y aun en caliente, el trabajo de la Iglesia en nuestra sociedad no tiene precio.