Imagino que mencionarás los cerezos en flor, al padre Duero con sus azudas y las aceñas cercanas a San Claudio de Olivares, las calles empedradas y las plazuelas recoletas, el olor a garrapiñadas y el sabor anisado de las aceitadas".

Era el inolvidable profesor -exalcalde también- quien, a la entrada del Teatro Principal, pasaba lista a la imágenes y sensaciones que debía mencionar ineludiblemente. En el pregón, que, hace ya tantos años, estaba a punto de comenzar.

Por supuesto. Era obligado que estos y otros recuerdos, sentimientos, imágenes más o menos estereotipadas figuraran en la llamada de Domingo de Ramos a los zamoranos, allá por marzo de 1983.

Justo un año después de que Luis Felipe Delgado hubiera entusiasmado con su verbo fácil y su larga experiencia de congregante, de portavoz singular, a sus paisanos que ahora se preparan para escucharlo de nuevo.

"Difícil me lo has puesto", le reprochaba yo a mi admirado antecesor en el verbo. Sin saber, por cierto, que un año más tarde ocuparía la misma tribuna el gran maestro de periodistas, aquel buen amigo y mejor persona, Manuel Espías.

Ocurre que me pregunto si aquel pregón íntimo de hace ahora 33 años iría hoy por idénticos derroteros. Recorrería los mismos estereotipos. Acudiría a la exaltación hablada de las mismas sensaciones o, en fin, sería capaz de suscitar en la totalidad de los asistentes del domingo a la convocatoria en el Ramos Carrión las mismas emociones.

Esas que nos han marcado profunda, espontánea, sencillamente durante decenios.

En la distancia del espacio y sobre todo del tiempo, permitidme la osadía de cuestionarme si los cambios profundos que hoy vivimos, algunos inimaginables tan solo hace dos, tres décadas, han afectado de alguna forma a esta Semana tan nuestra... Quiero pensar que no. Es tanto lo que esos días que concluyen con el abrazo del Domingo de Resurrección en la iglesia de la Horta ha significado para generaciones de zamoranos. Es tal la cantidad de sensaciones, de recuerdos, de vivencias de la mano de los nuestros que se fueron dejándonos la herencia de tan excelso tesoro. El esfuerzo, en fin, de muchos de ellos para que nuestra Semana de Pasión permaneciera indeleble.

Querría recurrir de nuevo al consejo del querido profesor. Sin barandales, Miserere, Thalberg, el sonido de fondo de las aceñas al paso del Cristo del Amparo, o el balanceo del Cinco de Copas en la madrugada del Viernes no es posible, ni concebible la Semana Santa de nuestros días.

O de nunca.

Todo lo demás, aditamentos más o menos pertinentes, discusiones acerca de lo que debe permanecer o adecuarse a la confusión vigente es algo, opino, que "vendrá dado por añadidura". ¡ O no !

Y puesto que de pregones hablamos, dejadme concluya con una mención especial al pronunciado en la Casa de Zamora en Madrid por el mejor barandales que nuestra ciudad tiene en la capital. Sergio Martín, maestro de la noche televisiva en TVE.

Cualquier pretexto le es válido para pregonar orgulloso su zamoranismo ante sus decenas de miles de televidentes.

El pregón de Sergio fue diferente. Contemporáneo. Adaptado al transcurrir de estos intrincados días nuestros.

Enfocado sobre aquellos tiempos en los que él estrenaba "calcetines con agujeros" el domingo de Ramos. Pero encajándolo a la vez, -en perfecto enganche de bolillos- con lo que estos tiempos de fe e incertidumbre profundas, deben significar, aportar a la Semana Santa de Zamora. Y viceversa.

Así nuestra Semana de Pasión seguirá conservando desde su íntima convicción de siglos, la lección magistral, íntima y auténtica aprendida de nuestros mayores. La misma que deberemos trasmitir a nuestros hijos.

Ojalá sea así. Amén.

Mientras, ha llegado tu turno querido, admirado, Luis Felipe.

Jesús Pertejo (Madrid)