Una. Leo en Facebook: "Hay gente que se emociona con una escultura y siente total indiferencia e incluso desprecio por los refugiados. Hombres, mujeres y niños que escapan de una guerra". El texto va acompañado de dos imágenes, con la siguiente reflexión: "Si esta mirada (el rostro de una virgen, a la izquierda) te apasiona y esta otra (el rostro de una niña refugiada, a la derecha) te deja indiferente, entonces hay algo que hacemos mal o que no funciona". Pareciera que el autor estuviera pensando en los ceremoniales de la Semana Santa que vamos a vivir en los próximos días y que tanto emocionan a muchas personas en estas tierras. Por eso, hoy comparto con ustedes las últimas palabras que utilicé el pasado lunes en el pregón de la Semana Santa de Zamora en Salamanca: "No se puede entender la Semana Santa al margen de los cristos rotos, personas anónimas que desfilan cada día a nuestro lado". Como los refugiados que llegan a Europa y que ponen en un brete la conciencia de cada uno de nosotros.

Dos. Veo en los distintos medios de comunicación los rifirrafes entre el Gobierno en funciones y todos los grupos políticos, salvo el PP, con representación en el Congreso de los Diputados al hilo de la negativa del Ejecutivo a ser controlado por el poder legislativo. Desde mi absoluto desconocimiento en materia de derecho constitucional sobre quién tiene la razón, el sentido común indica que es incomprensible que en una democracia consolidada como la nuestra puedan darse estas situaciones, con un Gobierno que se niega a ser controlado por el poder legislativo. Incluso es posible que, rizando el rizo, lleguemos a ver en las puertas del Congreso una manifestación de los ministros del Gobierno protestando contra la solicitud de comparecencia, como muy bien ha resumido un conocido autor de viñetas en las páginas de un periódico. Que nos encontremos con estos espectáculos en la vida política es descorazonador. Y los tiempos que se avecinan no barruntan episodios mejores. Y si no, tiempo al tiempo.

Tres. El pasado jueves, mientras tomaba el café de sobremesa, me llamó la atención una frase que adorna una de las paredes de la cafetería del campus universitario donde trabajo. Dice: "No te tomes la vida en serio; al fin y al cabo, no saldrás vivo de ella". Al verla, inmediatamente saqué mi teléfono, hice una foto y, unos minutos más tarde, la compartí con algunos amigos a través del WhatsApp. Según parece, es una de esas frases que se hacen virales, esto es, cuya difusión es espectacular porque posiblemente ha sabido resumir una visión muy certera de la vida. Aunque yo comparto el espíritu que encierra, creo, sin embargo, que la vida hay que tomársela muy en serio, siempre que entendamos la seriedad como un conjunto de acciones y quehaceres importantes, relevantes y significativos de nuestra vida cotidiana que nos ayudan a crecer como personas. Porque si la seriedad que reclaman otros significa ver la vida con gestos severos en el semblante, en el modo de mirar o hablar, apaga y vámonos.