Ha habido relevo en la UGT, asunto de cierto calado, pero que ha pasado casi desapercibido en medio de la barahúnda política, y seguramente también por el tono de hibernación, o casi, que ya hace mucho tiempo mantienen los sindicatos. Estos, los de clase, no los profesionales. Tuvieron mucho prestigio, disminuido ahora, tanto UGT como CC OO, tuvieron muchos militantes, e igualmente los fueron perdiendo, y hoy cada vez son menos, menos jóvenes y más decepcionados. No supieron renovarse cuando tuvieron que hacerlo y cuando lo intentaron fallaron lastimosamente. Pero tampoco se puede dejar de tener presente el papel muy importante que han jugado, especialmente en la época de la transición, en la resolución de los conflictos sociales y laborales que se iban planteando.

Hasta que se fueron acomodando, lo mismo que ocurrió en el PSOE y suele suceder siempre en la izquierda. Pese a sus huelgas generales, marcadas casi todas por el fracaso. Que el secretario relevado, Cándido Méndez, haya pasado 22 años nada menos en el cargo demuestra el inmovilismo y la quietud de estas organizaciones que al igual que los partidos no viven de sus afiliados sino de las generosas subvenciones que les otorga el Estado. No han evolucionado, continúan ofreciendo una estampa añeja y rancia. Y el relevo, un catalán nacido en Asturias, José María Álvarez, de 60 años de edad, ofrece, de entrada, la misma sensación de confortable continuismo, aunque habrá que esperar a ver.

La elección, en cualquier caso, ha sido muy disputada y el nuevo secretario general lo es solo por 17 votos. En cualquier caso, no podrá ocupar el cargo tanto tiempo como su antecesor, pues actualmente los mandatos se limitan a un máximo de 12 años. Y todo lo que pase de ocho es mucho, pues como ocurre con los políticos hay quienes llevan viviendo toda su vida o casi del sindicalismo, una cuestión nefasta que acaba influyendo negativamente en la gestión. Se necesitan siempre y en todos los casos nuevas ilusiones, nuevos bríos, nuevas ideas, nuevas formas, que se suelen dar al principio pero que con el paso de los años acaban agotándose. Tiene que ser un servicio, no un medio de vida.

Llama la atención igualmente en este relevo el hecho de que el nuevo líder de UGT se ubique en Cataluña, aunque proceda de la minería asturiana. Pero toda su existencia laboral y sindical se ha centrado desde muy joven en esa región que ahora pretende la independencia, y Álvarez no ha ocultado en ningún momento sus simpatías por los secesionistas, algo que, curiosamente, suele encontrarse con frecuencia en los nacidos en otras tierras pero que se consideran catalanes o en sus descendientes. Claro que a la hora de optar al puesto ha matizado, como hacen todos cuando se ven entre la espada y la pared, que lo que apoya es el derecho a decidir, la consulta, no la ruptura con España. Y en cuanto a la situación política del país ha sido expeditivo, animando a dejarse de tonteras y firmar un pacto de izquierdas. A UGT como al resto de los sindicatos les esperan nuevos tiempos, con un Gobierno de cambio, por lo que tendrán que asumir nuevos retos y demostrar su valía y utilidad de cara a los trabajadores y a la sociedad.