Siempre hemos escuchado que, para que la economía de nuestra ciudad tome impulso, sería necesaria la implantación de industrias que proporcionen empleo y den movimiento al capital de quien lo aporte. Hace más de cincuenta años, hasta llegamos a soñar que aquí se implantaría el polo de desarrollo que terminó asentándose en Valladolid; nosotros pretendimos desahogar nuestra frustración echándole la culpa a caciques inmovilistas zamoranos que no se abrían a la entrada de capital forastero. Tal vez sería la causa que, quienes tenían el poder de decidir no veían a Zamora por no estar también comunicados como lo está en la actualidad.

Pero vayamos a lo que la historia nos cuenta sobre el desarrollo industrial en nuestra ciudad hace más de 500 años. En septiembre de 1510 se firmó un compromiso entre el Regimiento (Ayuntamiento) que regía los destinos de Zamora y varios extranjeros, los cuales se comprometían, siempre que con ellos se diera un trato preferente de exención de cargas e impuestos, a establecer en la ciudad nuevas industrias, la plantación de moreras y la cría de gusanos.

Conforme al compromiso se establecieron en Zamora los "entalladores" (fabricantes de maquinaria de precisión) Mateo, natural de Holanda; Pedro Fiyón, de Francia; Giralte, de Bruselas y Pedro, de Picardía (región francesa); que probablemente sean los autores de la magnífica sillería del coro de la Catedral; el cerrajero y relojero Diego Hanequín, con salario de los vecinos para atender a la maquinaria del reloj y para hacer las obras que se le encomendaran. Entra estas se cita un magnífico brasero de hierro construido para la Sala del Ayuntamiento, que pesaba dos quintales, veinte libras, tres cuarterones y cinco adarmes (¡esto es precisión en el peso utilizando medidas antiguas!). El brasero era una verdadero obra de arte que además de servir para caldear el ambiente del local y que no pasaran frío los munícipes, en más de una ocasión lo emplearon para hervir aceite y elaborar sabrosos buñuelos, industria que conocían a las mil maravillas todos los señores ediles.

También se estableció por aquella época otro cerrajero llamado Antonio Macías que trabajaba, como Gaspar Laguna, para el Ayuntamiento y la Catedral. Hay indicios de que un tal Francisco Villalpando, escultor, arquitecto y relojero, artesano muy protegido por el cardenal Deza, construyó los púlpitos de bronce y la reja de la capilla mayor de la Catedral de Toledo y las de Zamora y se dice que dejó hecho un proyecto de "chatelote" (residencia) para la calle que hoy es Sancho IV, que no debió llevarse a cabo porque se decía que era un atentado contra el ornato público y embellecimiento de la ciudad.

No puedo afirmar si lo que acontecía en Zamora a comienzos del siglo XVI era un signo de desarrollo eficiente de la ciudad, pero al menos, nuestros regidores lo intentaron.