El problema mayor de la corrupción no es que exista, sino cómo se reacciona ante ella en cualquiera de los ámbitos en los que aparece. Y no esquivemos la culpa, aparece en todos los sitios en los que hay actuación humana más o menos intensa. Podemos decir, sin ningún temor a exagerar que la corrupción como la virtud, son innatas a la condición humana. La cara y la cruz de la misma moneda, el yin y el yang, anverso y reverso de la propia existencia colectiva.

Se habla de la política porque es donde se ha puesto de moda hablar de ella. Al igual que no se hablaba cuando lo que se llevaba era no contarlo. No creo, sinceramente, que porque haya más ahora que en otras épocas, sino porque ahora va a favor de corriente lo que antes iba contra corriente: la denuncia de los comportamientos indebidos en política con resultado económico directo.

Pero igual que en este campo, hablemos en el deporte con el "doping" o la manipulación de resultados ahora que abundan las páginas de apuestas por Internet. Hablemos del periodismo, donde hay febriles defensores de ciertos intereses, políticos, sociales, empresariales, que actúan movidos por la irrenunciable convicción que dan los fondos de reptiles de los que ya hablara Valle-Inclán, los sobres, las influencias o los presupuestos publicitarios. Hablemos de la televisión, con programas que hacen caja hinchando falacias o reiterando aconteceres que ninguna fama o trascendencia tendrían, sino porque creado el monstruo, luego sirve para dar de comer a sus creadores. Hablemos de organizaciones sindicales o empresariales

Casos de actuaciones irregulares podemos conocer en una gran empresa y en una pequeña cofradía. En una comunidad de vecinos y en la Iglesia, la más antigua y grande de las instituciones humanas. En una peña quinielística y en una comunidad de herederos. Al igual, conocemos y conoceremos casos que afectan a militantes del PP y del PSOE; de Podemos y de Ciudadanos, de Izquierda Unida, de los nacionalistas catalanes, vascos, gallegos?

En todos ellos hemos conocido a militantes que han incurrido en esos comportamientos. Por ello, como nadie puede decir "no me ocurre" o "no me ocurrirá", lo importante es que los comportamientos sean individuales y no institucionalmente estructurados. Que sean esporádicos y no la norma de funcionamiento. Y lo no menos importante, que se persigan y generen consecuencias en primer lugar dentro de la propia casa donde se producen.

España parece desbordada por tantos truculentos acontecimientos, pero nada es irreversible, ni hay problemas sin solución, ni esto es exclusivo de España. Debemos darle la vuelta a ciertas estructuras, hábitos y costumbres. Transparencia y democracia son las palabras clave y las fuerzas políticas las más obligadas a fijar las correcciones. En su tejado está la pelota y, también ahora, en la capacidad de negociación y pacto. El pasado lo conocemos. El futuro está por escribir.

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