Y así en su claridad, en su fe y en nosotros sobrevive (José Valente)

Hoy, en su Fermoselle natal, el ayuntamiento homenajeará a Manuel Rivera Lozano, entregando a su familia el título de hijo predilecto de la villa, dando su nombre a la calle de la Libertad, y colocando una placa en la que fue su casa. Todos, familia, amigos y paisanos, hubiésemos querido que este reconocimiento lo hubiese saboreado en vida, pero el 30 de septiembre de 2013, prematuramente, la muerte se lo llevó. Arroparon su adiós una rama de olivo y una hoja de vid, símbolos parlantes de la tierra que tanto amó. Manolo había nacido en Fermoselle el 11 de marzo de 1942, y aquí pasó su infancia, niñez y adolescencia, realizó los estudios primarios y el bachillerato, y ejerció como maestro algunos años. Aunque la vida le hizo peregrinar por la provincia y fijar su residencia en Zamora, siempre proclamó con orgullo sus raíces, esas que querámoslo o no nos atan a la geografía en la que vimos la luz. Por eso aquí, en su fronterizo rincón nativo, mantuvo abierta la casa familiar, a la que volvía con cualquier pretexto. Su declarada pasión por su pueblo le llevó a escribir el libro titulado "Fermoselle", toda una elegía, que habría de conocer dos ediciones: una en 1982 y otra en 1996. Esta obra, pionera entre las hoy numerosas historias sobre los pueblos de nuestra provincia, fue en alguna medida un trabajo paradigmático, por su metodología, pues constituye un estudio enciclopédico de la otrora importante villa, en el que el lector encontrará todo tipo de datos: geográficos, artísticos, históricos, etnográficos, estadísticos, etcétera. Sin embargo, su interés por Fermoselle le venía de lejos, pues durante sus años de maestro en la villa colaboró primero con el periódico Imperio, y más tarde ejerció la corresponsalía de El Correo de Zamora. Su pueblo había sido también el objeto de la tesina -"Estudio socio-económico de Fermoselle" (1976)- con la que obtuvo el título de Graduado Social por la Escuela de Salamanca.

Quizás previendo que la jubilación fuese una losa demasiado pesada para su natural activo, la disposición de tiempo avivó de nuevo en él la curiosidad por la investigación histórica, que prácticamente no abandonó hasta los últimos días de su vida. Y así, pasó a ser uno de los habituales "clientes", primero del Archivo Diocesano, donde habría de dar sus primeros pasos, haciendo memoria de sus antepasados, y después en el Histórico Provincial, al que acudía en ritual y fugaz visita diaria, sacando de los protocolos notariales todo aquello que la historia tuvo a bien dejar sobre Fermoselle, para después, como si de una obligación se tratase, desgranar el resultado de sus pesquisas en el suplemento dominical de LA OPINIÓN-EL CORREO DE ZAMORA. Constituido en cronista oficioso de la villa, de la que nada le era ajeno, nadie como él contó su pasado y el de sus gentes, a las que conocía incluso por sus motes. Manolo buscaba en ese pasado la efímera gloria de su abatido pueblo, al que en vano soñaba culto y civilizado, y del que siempre que podía nos recordaba fue la tercera localidad de la provincia en importancia demográfica, quizás pensando ingenuamente que allí habría fórmulas para su porvenir. Lástima que el sectarismo, todo hay que decirlo, le negase la satisfacción de ser nombrado cronista oficial de la villa, reconocimiento honorífico que nunca pidió, y que bien poco era para sus méritos. Al homenaje que hoy le tributa Fermoselle se une el que el Instituto de Estudios Zamoranos "Florián de Ocampo" le rindió en 2014, con la edición del libro "La última arquitectura de los descalzos: el Convento de San Juan Bautista de Fermoselle (Zamora)", de Fernando Miguel Hernández.

Aunque el mundo sigue girando y, como bien afirma Emilio Lledó, las palabras pretenden expresar sentimientos y decir algo de lo que somos cuando nuestro cuerpo se conmueve ante la muerte, a sus amigos de "El Foro", la tertulia que moderó durante años, a los que pongo voz, nos sigue doliendo su pérdida y emocionando su recuerdo que, pese al río del tiempo, sobrevive en nosotros, y damos gracias al cielo por el obsequio y la dicha de haberle conocido.