Da igual que los turcos hagan escabeche con los kurdos. Da igual que su gobierno gire cada día un grado más hacia el autoritarismo, que asalte las sedes de los medios de comunicación, persiga a la oposición o manipule la justicia. La verdad es que nos da todo lo mismo y estamos encantados de negociar, cuando sea y sin condiciones previas, un importante paquete de ayuda a Turquía, y a suavizar las condiciones de su acceso a los mercados europeos. De hecho, estamos dispuestos a lo que sea.

Lo que importa a día de hoy es detener el flujo de refugiados, porque los gobiernos europeos no pueden resistir más ya esta marea, ni su coste social, político y económico. Lo que importa es que no lleguen más sirios a nuestras fronteras, y como los que los pueden detener son los turcos, hacemos la vista gorda con los derechos humanos, las libertades y con lo que haga falta.

¿Y saben por qué? Porque en el fondo, los derechos humanos, las libertades y la democracia nos importan un carajo, y lo único que queremos es que sean otros los que salgan en la foto. Si de veras creyésemos aquí en la ley, no necesitaríamos que los turcos nos hicieran el papel de poli malo en las fronteras. Si de veras aquí estuviésemos dispuestos a acoger a los que se decida acoger, y devolver sin contemplaciones al resto, no necesitaríamos al sicario turco para hacernos el trabajo sucio.

Lo que estamos haciendo es verdaderamente repugnante. Es como si, para evitar emplear los antidisturbios contra un grupo de okupas, contratásemos a unos pistoleros de un cártel de la coca para que los mataran y no tener así que desalojarlos. Y encima, como no habría fotos de cargas de antidisturbios, habría luego quien presumiría de no haber usado la violencia. Eso somos. Esa porquería estamos haciendo.