Desde el siglo IV a.C. en que vivió Aristóteles, hasta el siglo XVII en que Galileo demostró que la Tierra no era el centro del Universo, sino que giraba alrededor del sol, pasaron más de dos mil años. Mientras tanto otros científicos como Ptolomeo (siglo II) o Copérnico (siglo XVI) se habían dejado las pestañas en intentarlo, luchando siempre con la resistencia de quienes gustaban oponerse a cualquier avance de la ciencia que amenazara la prevalencia de sus intereses.

Viene esto a cuento de que el otro día, sentado en una butaca, mientras asistía a la actuación de ese gran actor que es Ramón Fontserè, interpretando a Galileo Galilei, creí ver a Albert Boadella, ese genio del teatro que dirigió a Fontseré durante los muchos años que trabajaron juntos en Els Joglars. Pero la vida es dura, y Boadella, perseguido por los nacionalistas catalanes tuvo que exiliarse en Madrid, y allí dirige desde hace años los Teatros del Canal, unas salas dependientes de aquella Comunidad Autónoma, mientras Fontserè continúa en Els Joglars y también trabaja por su cuenta. Boadella no ha sido comprendido en su tierra a pesar de ser uno de sus más aventajados defensores, y haber pasado, durante la dictadura, por un consejo de guerra, en aquellos años en los que el nacionalismo no era consentido siquiera en forma de metáfora. Algo parecido le ocurrió a Galileo, que aunque demostró con cálculos y observaciones la teoría que a Copérnico le habían echado abajo por falta de pruebas, solo le sirvió para ser perseguido y juzgado por los tribunales de la Santa Inquisición, aunque, afortunadamente, al final de su existencia sus estudios se vieran reconocidos.

Pues eso, estábamos en que me encontraba en el Teatro Valle Inclán que, dicho sea de paso, lo han tenido que poner patas arriba para montar un escenario en el lugar donde antes se encontraba parte del patio de butacas, y colocar una gradería en lo que antes era el escenario. De manera que venía a resultar que una pequeña pista circular, rodeada de espectadores, por sus cuatro puntos cardinales, era el nuevo escenario en el que se representaba la función. Mientras la pista iba girando, de manera mansa y sutil, los actores reeditaban "Vida de Galileo", la obra que escribiera Bertolt Brecht en Dinamarca, huyendo de Hitler, en los años cuarenta del siglo pasado, un poco antes de escribir "Madre coraje", en plena época en que sus libros eran quemados o prohibidos por los nazis.

De Brecht, que fue un rompedor en su época, se recuerda aquella frase de "no aceptes lo habitual como cosa natural, porque en tiempos de desorden, de confusión organizada, de humanidad deshumanizada, nada debe parecer imposible de cambiar". De manera que con esa forma de pensar, de ir contra corriente, no fue nada raro que la recompensa a su esfuerzo fuera la incomprensión y el castigo por parte del nacional-socialismo. Pero gracias a personajes como él, o como al italiano Galileo, u otros como Boadella, la gente sigue queriendo creer que puede confiar en la sociedad en la que vivimos.

En esta versión de B.B. sobre Galileo no llega a escucharse aquella célebre frase, a propósito de la Tierra, que dicen pronunció ante la Inquisición, y que nos enseñaron de pequeños, de "Y sin embargo se mueve", porque bajo la dirección de Ernesto Caballero, Galileo reflexiona, se enfunda su orgullo, y adjura, sin ambages, de sus estudios y mediciones, para poder huir de la tortura. De esa manera, puede seguir trabajando en la sombra, en su propia casa, donde se encontraba recluido de por vida, aislado de los hombres de ciencia, con mucha ilusión y pocos medios, pero con el ánimo que suele acompañar a los grandes hombres. Claro que el astrónomo no debió leer a Cervantes, porque de haberlo hecho habría caído en la cuenta de aquello que Don Quijote dijo a Sancho de "con la Iglesia hemos topado". Porque atreverse a decirle al papa que la Tierra giraba alrededor del Sol acababa con su infalibilidad, ya que la teoría copernicana, que era la que Roma defendía -según su interpretación de la Biblia- se venía abajo. No ser ningún nihilista y haberse declarado católico no le sirvió de mucho.

Brecht siempre buscó en sus dramaturgias concienciar al espectador y hacerlo pensar, procurando distanciarlo de lo anecdótico. Por eso, mientras las luces de una inmensa batería de focos cenitales caían sobre Galileo en el "Valle Inclán", iban surgiendo frases como "desde hoy no todo lo que es verdad debe seguir valiendo" o "el padre de la verdad es el tiempo y no la autoridad", de manera que antes que llegara a caer un telón ficticio sobre una cuarta pared, también ficticia, a algunos de los asistentes les empezó a parecer que "la victoria de la razón solo puede ser la victoria de los que razonan".