Salvo el payaso, nada de lo que Pablo Iglesias hace en el Congreso de los Diputados es nuevo. El líder de Podemos es de un rancio que asusta. Está bastante pasado de moda o dicho de otra forma, las modas que quiere imponer están anticuadas, añejas. En su afán por provocar al hemiciclo, echa mano de modelos caducos. Mucho se ha hablado del beso robado de Iglesias a Doménech. Algunos, arrobados, han dicho, ¡qué moderno! Todo lo contrario. Esa misma escena la protagonizaron en 1979 los líderes comunistas de la Unión Soviética, Leonidas Brezhnev, y de la también extinta República Democrática de Alemania, Erich Honecker, durante la celebración del 30 aniversario de la RDA y que en 1990 fue satirizada por Dimitri Vrubel con precisión de amanuense en el muro de Berlín. Por lo tanto, de novedoso, nada de nada. De rancio, todo lo que hasta la fecha puede apreciarse en las constantes poses del líder de Podemos, partido al que alguien, con buen criterio y sentido del humor, ha comenzado a llamar "Posemos".

Pablo Iglesias no hace otra cosa, con sus gestos y poses, que tratar de provocar a la izquierda y escandalizar a la derecha. No está consiguiendo ni una cosa ni otra. Unos y otros se ríen y ridiculizan más si cabe al ridículo "posemita" al que va a resultar difícil tomar en serio. Quien aspire a gobernar España, aunque sea en calidad de vicepresidente con todos los poderes habidos y por haber, no puede hacerlo desde la pista de un circo. Para eso que se vaya al Price y realice allí sus payasadas carentes de ingenio. Gobernar España requiere justo todo lo contrario a lo que hace Iglesias. Sus constantes "remakes", como el del famoso "beso fraternal socialista" evidencian su falta de ideas y lo más escandaloso: no tiene nada de progresista.

El beso sin lengua de Iglesias a Doménech es el de dos individuos antisistema que buscan, eso, la foto escandalosa, la atención de la prensa, la provocación, el lance oportuno a sus intereses, el desafío. No creo, siempre estoy dispuesta a concederles el margen de la duda, que sea un beso de pasión asesina, como el de los dos mandatarios comunistas, que lo mismo se cargaban a la oposición disidente, que los enviaban a un gulag, como solían hacer con los gays para reeducar lo que la naturaleza impide hacer. A pesar del odio que, con sonrisa de hiena, destila Iglesias, en sus bravatas que quiere hacer pasar por discursos parlamentarios, no creo, lo digo francamente, que haya pasión asesina. Sería demasiado. Pronto cerrarán el Price al tener abierto de forma permanente el Congreso de los diputados que Iglesias y los suyos han convertido en el circo actual. Que dejen sus conatos de pretendido humor para los humoristas españoles tan necesitados del aplauso generalizado y que hagan política seria y de verdad de progreso porque hasta la fecha es de regreso o regresiva, sí, a los tiempos de Stalin, Honecker y Brezhnev. O como más próxima, de Maduro.