Hay un trabajo invisible que no se paga, y que por ello no se valora y parece que no existe. Pero como la cara oculta de la luna, que rige nuestros ciclos íntimos y los embarazos que se cuentan en meses lunares, y que mueve las mareas, aquí está viendo pasar el tiempo y ocupando el tiempo de la mujer.

Y es un trabajo que cuando sale de casa se convierte en imprescindible, se le da un valor social de primer orden y se paga como cualquier otro tiempo dedicado a la producción y otras tareas importantes.

Después de meses o años cuidando a los hijos e hijas -¡sin cobrar, por dios, con lo ricos que son!- llega el momento de llevarlos a la escuela infantil o a la escuela. Y allí pagamos por un trabajo que es imprescindible para la sociedad, porque sin el cuidado de los peques no existe ni su futuro ni el de nadie. Hasta entonces, eso que se ha ahorrado la sociedad: el sueldo de la mujer casi siempre.

Por no hablar del coste de las residencias para las personas mayores, sobre todo cuando su situación de dependencia exige cuidados que en casa no podemos facilitarles por más empeño que pongamos en la tarea, que es simplemente trabajo, especializado y duro y agradecido. Sobre todo necesario. Aunque es tan caro que a veces no queda más remedio que seguir haciéndolo en casa. Gratis. Y vuelve a ser invisible.

Como invisible es el trabajo de poner dos platos y postre cada día y cada noche sobre la mesa, hasta que nos lo ponen en un restaurante donde no dudamos en pagar, y hasta dejamos propina por lo buena que está esa comida que todos los días sale de nuestras cocinas como hecha por un hada con su varita mágica. O sea, gratis.

Y es invisible el trabajo de limpiar las casas, que solo tiene sueldo aunque mal pagado si limpias la casa de otro o la oficina de un centro de trabajo/trabajo, o sea, bien pagado.

Y no se ve el trabajo de las mujeres que en el mundo producen alimentos para su familia, en la agricultura y cuidando el ganado, para dar de comer. Una actividad, dar de comer, que no es valorada socialmente y ni se paga ni se reconoce.

Sin sueldo fijo, sin horario fijo, sin convenio colectivo variable, sin huelgas, ni protestas, ni derechos, ni deberes? Con una sonrisa siempre y sin darse importancia, porque es un trabajo que no existe.

Dicen que esta división del trabajo, entre el productivo fuera de casa que fue asumiendo el hombre en las fábricas, y el ligado a la reproducción que asumió la mujer en el ámbito privado y doméstico, empezó a fraguarse en la revolución industrial, cuando se superó la estructura del "hogar" como espacio de producción y reproducción, y se empezó a pagar un sueldo por el segundo, el que hacían sobre todo los hombres.

Con la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado, hay quien piensa que ya está superada esta diferencia. Pero seguimos diciendo, hombres y mujeres, que no trabajamos cuando no lo hacemos fuera de casa y a cambio de un sueldo. Y sigue habiendo más mujeres que hombres que "no trabajan".

Sirvan estas sencillas reflexiones como agradecimiento a las mujeres que han luchado para que el trabajo productivo y reproductivo sea compartido por hombres y mujeres.

Sirvan estas sencillas palabras como homenaje a las abuelas, madres, hermanas, hijas, amigas y compañeras que, aunque no lo consideren trabajo, están siempre dispuestas a ayudar cuando las cosas van mal y lo necesitamos, o a poner un plato en la mesa para celebrar que seguimos adelante.

Y a los hombres que se están feminizando a base de compartir ese trabajo oculto que hay que sacar a la luz para reconocerlo socialmente, valorarlo, pagarlo y sobre todo agradecerlo.

Buen día de la mujer trabajadora, o sea, de la mujer. Porque todas somos trabajadoras.

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora