Adentrados ya en este Jubileo Extraordinario, con el que el papa Francisco quiere promocionar y ensanchar el concepto de misericordia y empapar de ella toda la acción pastoral de la Iglesia, y a las puertas ya de una nueva Semana Santa, las cofradías de Zamora no deberían sentirse ajenas a esta llamada urgente a un amor visceral, hecho de ternura y compasión, de indulgencia y de perdón ("Misericordiae vultus", n. 6).

Ante un entorno social convulso y complejo las cofradías y hermandades deben aparecer en escena como espacios abiertos al diálogo. A menudo hemos visto cómo las asociaciones públicas de fieles se han burocratizado en exceso siguiendo los esquemas de organismos civiles o partidos políticos, degradando precisamente su esencia. Desde sus orígenes las cofradías han sido espacios idóneos para vivir la misericordia, pues los cofrades se reafirman conviviendo en su condición de hermanos en una misma fe, heredando el anonimato de una túnica que los iguala, ocultando las riquezas y disimulando las pobrezas, promoviendo la ayuda al prójimo, siempre desde los valores del Evangelio.

Reducir el concepto de cofradía al de procesión supone la misma miopía que convertir las cofradías en ONG con intenciones más o menos filantrópicas. Reconocer el imprescindible carácter religioso de las mismas no supone en absoluto negar su indudable capacidad para la movilización social -aunque sea por algunos días- o la importante huella trazada en la configuración de una identidad zamorana. Más bien al contrario, las cofradías, con todas sus vertientes bien equilibradas, han de suponer para la Iglesia una forma de llegar quizás a donde resulta menos sencillo con otras acciones pastorales.

Frente a un incipiente proceso de banalización de la Semana Santa, ha de surgir la resacralización -permítanme el término- de estas organizaciones, y no hablo de liturgias antiguas: frente a conflictos y ofensas, diálogo y brazos abiertos; frente a protagonismos y personalismos, vocación de servicio; frente a los errores, la corrección fraterna; frente a la frialdad de los papeles y el orden del día de las asambleas, proximidad, generosidad y cuidado del otro. Solo así estaremos los cofrades caminando en verdad cerca de ese Jesús de Nazaret Yacente, que ama hasta la muerte y no se cansa nunca de perdonar.