Las dos sesiones de investidura (fallidas, como se sabía) de Pedro Sánchez dan para escribir novelas, cuentos, ensayos, poemas y hasta una Enciclopedia del Pensamiento y el No Pensamiento Español y sus Confluencias. A estas alturas, cada cual tiene su propia valoración de lo ocurrido, cada cual hace sus quinielas sobre acuerdos o nuevas elecciones y cada cual retiene en su magín frases, gestos, imágenes, valoraciones o sentencias que le llamaron la atención por inspiradas, por acertadas, por erróneas, por inesperadas o por sorprendentes. Quizás lo sucedido esta semana en el Congreso no sea tan histórico como, abusando una vez más del calificativo, han señalado algunos, pero sí ocupará un lugar destacado en el parlamentarismo patrio de todos los tiempos, bastante necesitado, dicho sea de paso, de salir del muermo en el que lleva instalado unos cuantos lustros. Hubo intervenciones excelentes, buenas, regulares y malas; hubo, como en todo debate que se precie, demagogia, populismo, patadas en las espinillas, manos tendidas, seriedad, ironía, resbalones, meteduras de pata? En fin, lo que cabe esperar cuando está en juego la Jefatura del Gobierno y salen a la palestra oradores experimentados y nobeles, torpes y finos, machacones e insinuantes, abiertos y talibanes, tranquilos y provocadores. Y hubo aspectos y momentos dignos de reflexión y de ocupar un sitio preeminente. Fueron, a mi juicio, estos:

1).- El Congreso volvió a ser el centro de la vida política y recuperó un protagonismo que había perdido por mor de las mayorías absolutas y de la supremacía asfixiante del Ejecutivo. Si el Parlamento es la sede de la soberanía popular, la representación del pueblo, ¿por qué ningunearlo, despreciarlo o castrarlo en sus funciones como ha sucedido estos años vía decretos-leyes, rodillos y rechazo de todo lo que no provenga del Gobierno o del partido que lo sustenta?

2).- Por extraño que parezca, o no tanto, los choques más duros no los mantuvieron gentes de ideologías enfrentadas, sino portavoces de partidos cercanos. El más leñero con Pedro Sánchez fue Pablo Iglesias. El más crítico con Rajoy fue Albert Rivera. Además, tuvieron buen cuidado en separar liderazgo de partido. Es decir, las embestidas del jefe de filas de Podemos fueron contra el candidato socialista, no contra el PSOE. Los estacazos verbales del principal dirigente de Ciudadanos buscaron solamente al presidente en funciones, no al PP. ¿Cómo interpretarlo? Pablo Iglesias no quiso, ni quiere, enemistarse con los militantes y simpatizantes socialistas. Busca su voto para próximos comicios. Rivera persigue convertirse en el nuevo líder del centro-derecha consciente de que hay muchos votantes del PP que ya dan por amortizado a Rajoy y que buscan nuevas referencias, sobre todo personas que no estén manchadas o salpicadas por la corrupción. Nada nuevo bajo el sol. Emergen políticos y grupos que ambicionan el poder y desean llegar a él atrayendo a gentes de ideas cercanas, indecisos y cabreados. En las pasadas sesiones, no solo se dilucidaba la investidura de Pedro Sánchez, sino los futuros líderes del panorama político español. Y todos, menos Rajoy, lo sabían.

3).- Para mi sorpresa (y creo que de muchos más) desde las bancadas de Podemos sonaron fuertes aplausos tras alguna de las intervenciones de la diputada de Bildu Marian Beitialarrangoitia, quien durante su mandato como alcaldesa no se caracterizó precisamente por condenar la violencia etarra, sino todo lo contrario. ¿Dijo doña Beitia algo especial que mereciera las ovaciones? No lo recuerdo. Más bien pienso que la admiración se debió a esa tendencia de algunos de miembros de Podemos de marcar distancia con PP, PSOE y, ahora, Ciudadanos. Si a estos les molesta lo que alguien diga, pues nosotros damos palmas hasta con las orejas. El derecho a decidir, o sea.

4).- Enlazando con lo anterior, no acabo de entender el irrefrenable impulso de Pablo Iglesias por ser el perejil de todas las salsas, por teatralizar cada gesto, cada frase, como si buscara pasar a la posteridad segundo a segundo. ¿Alguien se cree que el beso en la boca con Xavier Domenech fue espontáneo?, ¿alguien piensa que la alusión a "las manos manchadas de cal" de Felipe González no estaba estudiada? Foto y titulares asegurados. Me considero un tipo irreverente, heterodoxo y permisivo en las cosas del vestir, pero jamás se me ocurrirá ir con frac a los premios Goya e intervenir en mangas de camisa en el Congreso o en una reunión con el rey. Hay faltas de coherencia y excesos de ego que pueden acabar arruinando cualquier trayectoria.

5).- Nunca me gustó poner notas en los debates políticos, pero sí quisiera recordar que hay derrotas que saben a triunfo (o al menos, a fortaleza y seriedad) y victorias pírricas, esas que originan tantas bajas y problemas que auguran un final infeliz. Y aquí hubo derrotas dulces y victorias amargas.