Si la Diputación desaparece, seguirá la gente viviendo en los pueblos, en sus casas construidas desde hace muchos años, trabajando en sus tierras o con su ganado. Al menos en la misma medida que ahora: más viejos que jóvenes, más hombres solteros que mujeres. La Diputación lleva siglos sin evitar que Zamora pierda tres mil habitantes al año, que seamos menos y más viejos.

Si la Diputación desaparece seguirán los caminos y las carreteras uniendo los pueblos, en las condiciones penosas de mantenimiento de ahora. O quizá en mejores, como sucede con las que son de la Junta y del Estado, que también pasan por Zamora y se arreglan sin que tenga que mendigar el alcalde las máquinas de la Diputación, que parece que pasan más veces y más cerca del pueblo del diputado o del alcalde del partido que mande.

Si la Diputación desaparece, seguirán los servicios sociales como la ayuda a domicilio y las de urgente necesidad y los comedores sociales ayudando a los más pobres de la zona rural, si siguen siendo pobres. De la misma manera que llegan los maestros a las escuelas y los médicos y enfermeras a los consultorios, y el veterinario y el cartero y el forestal. Todos ellos sin que la Diputación intervenga.

Si la Diputación desaparece, seguirán los ayuntamientos en la mancomunidad para traer el agua, recoger la basura y barrer las calles. Discutiendo entre los alcaldes, es donde al final se acuerdan los servicios que hay que compartir porque, claro, somos pocos y somos inteligentes para saber que hay que ayudarse.

Si desaparece la Diputación, seguirá viniendo el arquitecto a revisar las obras, eso sí, sin pasar antes por la Diputación para el reparto del dinero que les llega de otras instituciones y que al final acaba en nuestro pueblo. ¡Pero si no nos hacen falta intermediarios tampoco para contratar las obras o para recaudar las tasas y los impuestos! Y habrá que compartir como ahora el secretario y los funcionarios que nos hagan falta para el papeleo, la instancia o el "meil" como dicen ahora.

Si desaparece la Diputación seguirán los funcionarios necesarios trabajando en lo que necesitemos, aunque la mayoría no viva en el pueblo como ahora. Y quizás podrá contratarlos el pueblo, eso sí, con la ley de la mano.

Si desaparece la Diputación, seguirán las subvenciones a la agricultura y ganadería, a los productos de calidad, a las asociaciones, a los clubes deportivos, a los galgos, a los toros. Porque llevar el dinero de un lado a otro, eso sí que es fácil. Tan fácil como que ahora casi todo el dinero de los impuestos que tiene que llegar al pueblo pasa antes por la Diputación. Si desaparece, pasará por otra oficina administrativa.

Si desaparece la Diputación, no seguirá el diputado de zona viniendo a hacer las listas de mi pueblo, prometiendo que si ganan nos tendrán en cuenta si vamos con los de su partido, y si no, ya sabéis, siempre es más difícil. En fin.

Porque en realidad, y aunque hayan salido en tromba con la pancarta en cuanto han oído que la fiesta se acaba, las diputaciones están desapareciendo desde hace años porque pierden competencias y recientemente por culpa del señor Montoro.

Basta recordar que en Zamora antes dependían de la Diputación el Hospital Provincial y el Conservatorio de Música, ahora cada uno en su sitio, sanidad y educación. Y que la ley Montoro arrebata los servicios sociales de las diputaciones, con lo que perderían competencias en la residencia de mayores de Toro, la guardería de Benavente, la atención a enfermos mentales, la ayuda a domicilio. Todo con sus trabajadores. Un tercio del presupuesto actual, unos 16 millones.

Así que no nos asusten, señores defensores de la Diputación. Porque cuando desaparezcan, los pueblos y el pueblo seguiremos viviendo. Sin ustedes. Porque, como la canción de Atahualpa Yupanqui, llevábamos muchos años preguntando dónde está la Diputación cuando sufríamos y nos iba mal. Y la respuesta es que "por mi pueblo no ha pasado tan importante señor". O señora Diputación.

(*) Teniente de alcalde del Ayuntamiento de Zamora